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tu corta jurisdicción,
¿puedes ayudarme?
DEMONIO: Sí;
porque tiene el pecador
en su albedrío tal vez
más ancha la permisión
que yo, pues puede acercarse
él a mí, pero yo a él no.
CEUSIS: Pues, siendo así, yo me acerco.
¿Quién eres?
DEMONIO: Decir quién soy
no importa; basta saber
que soy quien a tu dolor
puede dar alivio.
CEUSIS: ¿Cómo?
DEMONIO: Oye atento.
CEUSIS: Ya lo estoy.
DEMONIO: En el reino de Astiages
están foragidos hoy
algunos de los ministros
de Astarot. Ve allá y dispón
tu venganza y su venganza.
Y, para poder mejor,
harás que a llamar le envíe
tu padre, a tu persuasión,
a este galileo, diciendo
que sus prodigios oyó,
y que quiere que en la corte
se admita su religión;
y, en yendo allá, dadle muerte,
con que cesará el error
de sus encantos, volviendo
a su antigua adoración
los dioses, y tú podrás,
desenojado Astarot,
gozar a Irene.
CEUSIS: Bien dices.
¡Oh quién pudiera veloz
cortar el aire!
DEMONIO: Yo haré
que a tu corte llegues hoy.
CEUSIS: ¿Cómo?
DEMONIO: Toma aquesa antorcha;
que con ella exhalación
serás del viento.
CEUSIS: ¡Ay de ti,
Bartolomé! Que ya voy,
rayo contra ti flechado,
a ser tu persecución!
Toma una hacha encendida y vuela
DEMONIO: Pues para que en todo sea
igual nuestra oposición,
ya que no puedo seguirle,
porque encarcelado estoy,
música también se escuche,
diciendo en sonora voz,
a pesar del cielo...
Cantan
DEMONIO y MÚSICA: ¡Viva
el ídolo de Astarot!
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DEMONIO: Aunque no esper[e] jamás
de que libre me veré,
¿dónde estás, Bartolomé?
¿Bartolomé, dónde estás?
Ven a desatarme, ven
de aquesta cadena dura,
para que pueda tomar
venganza de mis injurias.
¿Qué aplauso te desvanece,