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el que tanto lo parece.
ARIAS: ¿Nunca la habíais visto?
ALEJANDRO: Sí.
ARIAS: Pues, ¿de qué, señor, procede
esa novedad?
ALEJANDRO: Preguntas
bien, aunque ignorantemente.
¿Tú no sabes que en el mundo
un átomo no se mueve
sin particular precepto,
que rigen causas celestes?
Lo que ayer se aborrecía
hoy con extremo se quiere;
y hoy una cosa se adora
que mañana se aborrece.
Todo vive en la mudanza;
y así, don Arias, sucede
lo que se trata, conforme
la disposición que tiene.
Otras veces la había visto;
pero que hoy estuve, advierte,
menos ciego o ella estaba
más hermosa que otras veces.
Yo he de servirla, y de ti
he de fïar solamente
este amor y este secreto.
ARIAS: Dos novedades me ofreces
a un tiempo; la una es
el verte hablar tiernamente
en cosas de amor.
ALEJANDRO: No son
iguales los hombres siempre,
ni es de un príncipe defecto
amar tan honestamente;
que quien una vez no amó
nombre de incapaz merece.
Ni tan necio, dijo un sabio
a un hombre, que no quisiese
alguna vez, ni tan loco
que haya querido dos veces.
ARIAS: Es la otra que conmigo
trates tu amor; y aunque excede
esta honra a mi esperanza,
lo que me obliga me ofende.
Don César, tu secretario,
de quien fías dignamente
el gobierno de tu estado,
y a quien con extremo quieres,
es mi amigo, y es razón,
señor, que en tu gracia deje
desocupado lugar,
pues él solo le merece.
Llámale y dile tu amor,
y hoy a tu gracia le vuelve;
que no es razón que se diga
que yo gano lo que él pierde.
Mi amistad paga con esto
lo que a mi nobleza debe;
pero, aunque ofenda a un amigo,
será fuerza obedecerte.
ALEJANDRO: Don Arias, a César quiero
con los extremos que siempre