Nadie fíe su secreto (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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y puesto que sabes leer,
abre el papel, y verás
lo que dice.
CÉSAR: Estoy cobarde.
Tarde me trajiste el bien.
LÁZARO: Pues véngate tú también;
dame las albricias tarde.
CÉSAR: Ponte, Lázaro, el vestido
que hice para la jornada
de Florencia.
LÁZARO: Eso me agrada.
Mil veces los pies te pido.
CÉSAR: Lázaro, en el bien que toco
con causa el sentido pierdo;
hoy debo de estar muy cuerdo,
pues confieso que estoy loco.
¿Doña Ana me escribe a mí
tierna, alegre y amorosa?
¿Hay suerte más venturosa?
¿Cuándo tal bien merecí?
El pecho romper quisiera,
porque en su oculto lugar,
siendo el corazón altar,
el papel la imagen fuera.
¿Dónde pondré este papel?
LÁZARO: Puesto que eso te alborota,
si está la soleta rota,
cálzate, señor, con él.
Un tiempo, con tener fama
que era de las más discretas,
me sirvieron de soletas
los papeles de mi dama.
Mas, ¿sabes qué considero?
Que, aunque el vestido es cabal,
parecerá un hombre mal,
si no lleva algo en dinero.
CÉSAR: Lázaro, a darte me obligo
cuanto me pidieres hoy.
La espada no te la doy,
porque me la dio un amigo.
LÁZARO: (Él sin duda a saber llega Aparte
que es de palo aquesta espada,
pues cuando no niega nada
la espada sola me niega.)

Sale don ARIAS


ARIAS: Como agraviado, quejoso,
don César, buscándoos vengo;
agravios son de amor mío
y quejas de amigo vuestro.
Hoy el príncipe de Parma,
hoy Alejandro Farnesio,
segundo solo en el nombre,
y en las grandezas primero,
me llamó para saber
vuestra tristeza, diciendo
que sólo yo la sabía,
por ser alma en vuestro pecho.
Corrido, entonces, quedé
de ver que en su pensamiento
merezca este nombre, cuando
tan poco con vos merezco.
De su parte y de la mía

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