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tengo el cabello erizado,
y cada suspiro es
para mi pecho un puñal,
para mi cuello un cordel.
Mas, ¿yo he de tener temor?
¡Vive el cielo! Que he de ver
si sé vencer un encanto.
Llega [don MANUEL] y ásela
Ángel, demonio o mujer,
a fe que no has de librarte
de mis manos esta vez.
ÁNGELA: (¡Ay, infelice de mí! Aparte
Fingida su ausencia fue.
¡Más ha sabido que yo!)
COSME: De parte de Dios--¡aquí es
Troya del diablo--nos di...
ÁNGELA: (Mas yo disimularé.) Aparte
COSME: ...quién eres. ¿Y qué nos quieres?
ÁNGELA: Generoso don Manuel
Enríquez, a quien está
guardado un inmenso bien,
no me toques, no me llegues
que llegarás a perder
la mayor dicha que el cielo
te previno por merced
del hado, que te apadrina
por decreto de su ley.
Yo te escribí aquesta tarde
en el último papel
que nos veríamos presto,
y anteviendo aquesto fue.
Y pues cumplí mi palabra,
supuesto que ya me ves,
en la más humana forma
que he podido elegir. Ve
en paz, y déjame aquí,
porque aún cumplido nos es
el tiempo en que mis sucesos
has de alcanzar y saber.
Mañana los sabrás todos
y mira que a nadie des
parte de esto si no quieres
una gran suerte perder.
Ve en paz.
COSME: Pues con la paz
nos convida, señor, ¿qué
esperamos?
MANUEL: ¡Vive Dios!
¿Qué corrido de temer
vanos asombros estoy!
Y puesto que no los cree
mi valor, he de apurar
todo el caso de una vez.
Mujer, quienquiera que seas
--que no tengo de creer
que eres otra cosa nunca--
¡vive Dios!, que he de saber
quién eres, cómo has entrado
aquí, con qué fin, y a qué.