Luis Pérez el gallego (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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entré en casa de una dama.
Halléle en ella y le dije
que en el campo le esperaba.
Salió en fin, como quien era,
con su capa y con su espada;
reñimos, cayó en la tierra
muerto de dos estocadas.
¡Desdicha fue! En este punto
ya todo el lugar estaba
alborotado, y salió
la justicia a la campaña.
Quiso prenderme; escapéme
en un caballo a quien alas
le ofreció mi pensamiento,
y a quien la justicia mata
de un arcabuzazo. A pie
corrí y llegué hasta una casa
de placer, a cuya puerta
vi que, por mi dicha, estaba
Luis Pérez.
LUIS: Aquí entro yo;
y así diré lo que falta.
Mirando tan perseguido
a don Alonso, y de tanta
gente, le ofrecí guardar
con mi pecho sus espaldas.
Está a la falda del monte
esta casa, que la llaman
de placer, y de pesar
ha sido por mi desgracia;
de suerte que allí se estrecha
el paso a la misma falda;
y así era fuerza que todos
delante de mí pasaran.
Aquí pretendí primero,
ya con corteses palabras,
ya con ruegos, persuadir
al corregidor dejara
de seguir a don Alonso.
No quiso, y con arrogancia
quiso alcanzarle, y lo hiciera
si yo con sola esta espada
no lo defendiera al punto
--¡voto a Dios!-- a cuchilladas,
en cuya refriega pienso
que me di tan buena maña
que herí algunos cuatro o cinco.
¡Querrá Dios que no sea nada!
Viéndome, pues, más culpado
ya que don Alonso estaba,
pretendí que me valiese
antes el salto de mata
que ruego de buenos. Viendo
cerrado el paso y tomada
la puente, con don Alonso
en los brazos y la espada
en la boca, arrojé entonces,
como dicen, pecho al agua.
Llegamos aquí, dichosos
mil veces, pues nos ampara
el valor de vuecelencia,

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