La aventura de lose seis Napoleones (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Si alguna vez le autorizo a escribir más crónicas de mis pequeños problemas, Watson, estoy seguro de que el relato de la singular aventura de los bustos de Napoleón animará considerablemente sus páginas.
Cuando volvimos a reunirnos a la tarde siguiente, Lestrade venía provisto de abundante información acerca de nuestro detenido. Al parecer, se llamaba Beppo, de apellido desconocido. Era un truhán bastante conocido en la colonia italiana. En otros tiempos había sido un hábil escultor que se ganaba honradamente la vida, pero se había torcido por el mal camino y ya había estado dos veces en la cárcel; una por hurto y la otra, como ya sabíamos, por apuñalar a un compatriota. Hablaba inglés a la perfección. Todavía se ignoraban los motivos que le impulsaban a destrozar los bustos, y se negaba a responder a cualquier pregunta sobre el tema; pero la policía había descubierto que era muy probable que los bustos hubieran sido hechos por sus propias manos, ya que había realizado trabajos de este tipo en el establecimiento de Gelder & Co. Holmes escuchó con atención y cortesía toda esta información, gran parte de la cual ya conocíamos, pero yo, que le conocía bien, me daba perfecta cuenta de que sus pensamientos estaban en otra parte, y detecté una mezcla de desasosiego e impaciencia bajo la máscara que asumía de manera habitual. Por fin, se levantó de su asiento con los ojos chispeantes. Había sonado la campanilla de la puerta. Un minuto después, oímos pasos en la escalera, v al momento penetró en la habitación un hombre ya mayor, de rostro sonrosado y patillas entrecanas. Llevaba en la mano derecha una anticuada bolsa de viaje, que depositó sobre la mesa.
-¿Está aquí el señor Sherlock Holmes?
Mi amigo hizo una inclinación de cabeza y sonrió. -El señor Sandeford, de Reading, ¿verdad? -dijo.
-Sí, señor. Me temo que llego un poco tarde, pero los trenes han sido un desastre. Me escribió usted acerca de un busto que obra en mi posesión.
-Exacto.
-Tengo aquí su carta. Dice usted: «Deseo obtener una copia del Napoleón de Devine, y estoy dispuesto a pagarle diez libras por la que usted posee.» ¿Es así?
-Desde luego.
-Me sorprendió mucho su carta, porque no puedo imaginar cómo se enteró usted de que yo poseía semejante objeto. -Es natural que le haya sorprendido, pero la explicación es muy sencilla.

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