El Intérprete griego (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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»Como puede imaginar, semejante explicación me dejó estupefacto. Mi acompañante era un hombre joven y fornido, de anchos hombros y aparte de su arma, en un forcejeo con él yo no hubiera tenido ni la menor posibilidad.
»-Su conducta es de lo más extraordinario, señor Latimer -tartamudeé-. Debe saber que lo que está haciendo es totalmente ilegal.
»-Me tomo una cierta libertad, desde luego -repuso-, pero se lo compensaremos. Sin embargo, debo advertirle, señor Melas, que si en cualquier momento de esta noche intenta dar la alarma o hacer algo que vaya en contra de nuestros intereses, descubrirá que incurre en un error muy grave. Debe recordar que nadie sabe dónde se encuentra usted y que, tanto si está en este coche como en mi casa, se halla igualmente en mi poder.
»Hablaba con calma, pero había en sus palabras un tono irritante que resultaba muy amenazador. Guardé silencio, preguntándome cuál podía ser la razón para secuestrarme de un modo tan extraordinario. Y cualquiera que fuese, quedaba bien claro que de nada podía servir mi resistencia y que sólo me cabía esperar para ver qué sucedía.
»Durante dos horas viajamos sin que yo tuviera el menor indicio del lugar al que nos dirigíamos. A veces, el traqueteo sobre piedras hablaba de un camino pavimentado, y, en otras, nuestra marcha silenciosa y suave sugería asfalto; pero salvo esta variación en el sonido no había absolutamente nada que ni de la manera más remota pudiera ayudarme a barruntar dónde nos encontrábamos. El papel en cada ventana era impenetrable para la luz, y se había corrido una cortina azul ante los cristales de la parte delantera.
»Eran las siete y cuarto cuando salimos de Pall Mall; mi reloj me indicó que faltaban diez minutos para las nueve cuando por fin nos detuvimos. Mi acompañante bajó la ventana y capté una breve visión de un portal bajo y arqueado, con una lámpara encendida encima. Mientras se me ordenaba bajar del carruaje, se abrió la puerta de golpe y me encontré en el interior de la casa, con una vaga impresión, obtenida al entrar, de césped y árboles a cada lado. Sin embargo, si se trataba de un terreno privado o bien rural ya es más de lo que pueda aventurarme a decir.
»Dentro alumbraba una lámpara de gas de pantalla coloreada, con una llama tan baja que poca cosa pude ver, excepto que el vestíbulo era más bien amplio y en sus paredes colgaban varios cuadros.

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