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-Sí; creo que esto es muy aburrido y que mucho más agradable es el campo, donde se puede hacer lo que una quiere. ¿ Puedo ir a jugar contigo para aprender a ser como tú, querida Betty?
Al decir esto se mostró un tanto triste, de modo que Betty, compadeciéndose de ella, sonrió y respondió con alegría
-Sí; eso será encantador. Ven a quedarte conmigo y te presentaré a mis compañeros de juegos; podrás ordeñar a Daisy, alimentar las gallinas, ver los conejos y el cervatillo domesticado, y correr por el campo de margaritas, y recoger primaveras, y comer pan con leche en mi mejor tazón azul.
-Sí; y tener un vestidito castaño y un sombrero grande como el tuyo, y zuecos de madera que repiquetean, y aprenderé a tejer, y a trepar los árboles, y a entender el lenguaje de las aves -agregó Bonnibelle, tan cautivada por el plan, que saltó de su lecho y empezó a brincar como no lo hacía desde días atrás-. Y ahora, ven a ver mis juguetes y elige el que gustes, pues te tengo afecto por haberme dicho cosas nuevas, y porque no eres como esos tontos niños de la nobleza que vienen a verme y no hacen otra cosa que disputar y pavonearse como pavos reales hasta que me harto de ellos.
La Princesa abrazó a Betty y la condujo hasta una vasta sala, tan colmada de juguetes que parecía un espléndida juguetería. Había allí muñecas por docenas : unas que hablaban, cantaban, caminaban y se dormían; otras elegantes, otras cómicas, grandes y pequeñas, de todas las naciones. Nunca se vio un conjunto tan maravilloso, y Betty no tenía ojos para nada más, puesto que era una verdadera niñita llena de amor por las muñecas, y aún no había poseído ninguna.
-Llévate cuantas quieras -ofreció Bonnibelle-. Ya estoy cansada de ellas.
Betty casi perdió el aliento al pensar que, si así lo deseaba, podía llevarse una docena de muñecas. Sin embargo, decidió sabiamente que con una bastaba, y escogió un precioso bebé en su cunita, con los ojos azules cerrados, y rubios rizos bajo una bonita gorra. Colmaría de gozo su almita maternal el tener esa hermosa muñeca en sus brazos durante el día, dormir a su lado de noche, y vivir con ella en la solitaria cabaña, puesto que el bebé podía decir "Mamá" con gran naturalidad, y Betty pensaba que jamás se cansaría de oírse llamar con tan dulce nombre.