Una guirnalda de flores (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Un murmullo de respetuosa admiración acogió aquella declaración tan interesante; porque, fieles a las tradiciones de la moderna Atenas en que vivían, todas las muchachas sentían un profundo respeto por los "ensayos" de la clase que fueran, ya que estaba de moda entre las damas, jóvenes y viejas, leer y discutir los temas más diversos, desde la alfarería al panteísmo; en los varios clubes que había en la ciudad.
-Ocurrió del modo más natural -prosiguió Ana, como si estuviera deseosa de explicarles su aparente audacia- Solía ir a visitar a Mary y Ría, y me iba enterando de su vida y sus escasos placeres, lo que me hacía apreciarlas cada vez más. Estaban solas en el mundo, vivían en dos habitaciones, trabajaban todo el día y, como diversión e instrucción, no tenían más que lo que hallaban por la tarde en la Unión. Fui con ellas unas cuantas veces y vi lo útil y agradable que era, y me entraron deseos de ayudar, como lo hacían otras´ muchachas, sólo un poco mayores que yo. Una vez, Eva Randal leyó una carta de una amiga que vivía en Rusia, y las muchachas gozaron mucho con ella. Eso me recordó las cartas que nos escribió mi hermano George cuando estaba en el extranjero. ¿Os acordáis de lo mucho que nos reíamos con ellas cuando las mandaba a casa? Pues bien, cuando me rogaron que las leyera una tarde, resolví buscar una de las más divertidas y elegí la mejor -una dónde George cuenta cómo él y un amigo fueron a los diferentes lugares que Dickens describe en sus libros. Me habría gustado que pudierais ver cómo las muchachas gozaban con ella, riendo hasta verter lágrimas ante la consternación de los dos muchachos, cuando llamaron a una puerta de Kingsgate Street y preguntaron si vivía allí la señora Gamp. La casa era una barbería, y un hombrecillo muy parecido a Poll Sweedlepipes, les dijo: "La enfermera que vive ahora aquí se llama señora Britton". Los dos se quedaron desconcertados al verse tan cerca de la verdad y tuvieron que salir corriendo porqué no podían seguir serios más tiempo.
Los miembros del club no pudieron contener una sonrisa al recordar a la inmortal Sairey. Luego Ana prosiguió, con aire de tranquila satisfacción, segura ahora de su auditorio y de ella misma.
-Fue un gran éxito. Así que seguí adelante y, cuando se terminaron las cartas les leí otras cosas, les elegí libros para su biblioteca y les ayudé en todo lo que pude, mientras iba aprendiendo a conocerlas mejor.

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