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Tan sonriente y natural estaba, que parecía hallarse diciendo a sus hijas: "Sed dichosas, hijas mías; aun estoy entre vosotras".
Las tres hermanas guardaron silencio un momento, mientras contemplaban enternecidas aquella figura tan querida de su madre, que tanto había hecho por ellas, y que nadie podía substituirla. Laurie interrumpió el silencio diciendo:
-No le pido a Dios otra cosa para mi hija, sino que llegue a ser como vuestra madre, como esta santa mujer, y lo será, porque lo mejor que yo tengo se lo debo a ella, a sus buenos consejos; y yo educaré a mis hijos como ella educó a los suyos. En aquel momento se oyó una voz juvenil que cantaba un "Ave María" en la sala de música. Era la obediente Bess, que no olvidaba nunca el encargo de su padre; todas las tardes principiaba a tocarla para que acudieran los demás a acompañarla, como se había hecho siempre en casa de su abuelita. Terminada el "Ave María", pasaron todos a tomar el té.
Nat y John llegaron juntos, seguidos de Teddy y Josie; el profesor venía detrás con su fiel Rob, todos ansiosos de saber noticias de las "chicas". El sol iba desapareciendo por detrás de las montañas vecinas, cuando aquella numerosa familia se sentaba alegre a la mesa, hablando casi todos a la vez.
Los cabellos del profesor Bhaer, antes tan negros, se habían vuelto grises; pero seguía tan robusto y tan genial como siempre; porque se ocupaba en lo que a él le gustaba, y lo que sentía, más que con cariño, con verdadero amor. Roberto se parecía mucho a él, en todo lo que un muchacho de su edad puede parecerse a un hombre; y ya le llamaban "el joven profesor", porque no se cansaba de estudiar, siguiendo el ejemplo de su padre.
-Bien, queridos míos -dijo el profesor sentándose al lado de Jo, con la cara de satisfacción y alegría de siempre-. ¡Conque tendremos hoy otra vez algunos de nuestros chicos con nosotros!
-Oye, Fritz, te participo que estoy muy contenta de Emil, y si tú lo apruebas, también lo estaré de Franz. ¿Conoces a Ludmilla?, ¿no te parece que es un enlace muy acertado? preguntó la tía Jo alargando a su marido una taza de té, y acercándose un poco más a él, como si buscase allí su refugio lo mismo en las alegrías que en los pesares.