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Sin embargo -continuó diciendo-, lo mejor es que estés a la expectativa y me avises cuando los veas venir.
El chaparrón vino, como ella esperaba, y entonces, más confiada, se puso a sus anchas, quitándose algunas prendas con que se había ataviado y se dio prisa en terminar el capítulo que estaba escribiendo; porque se había impuesto la tarea de escribir treinta páginas diarias, y las de ese día confiaba terminarlas antes del anochecer. Josie había traído algunas flores y se entretenía en arreglar con ellas dos o tres vasos, y estando en esta operación ció por la ventana gran número de paraguas que se movían en el aire.
-¡Tía, ya suben! Desde aquí veo a mi tío cómo corre a través del campo para ir a recibirlos
- gritó Josie desde la escalera -. Y no vienen pocos, no; viene un regimiento -siguió diciendo la muchacha.
-¡Dios nos proteja! ¡Si vienen más de doscientos! Poned baldes cerca de la puerta para que pongan los paraguas, pues si no nos van a poner la casa perdida; diles que pasen al salón ... ¡Pobres alfombras!...
Y la tía Jo tiró la pluma sobre la mesa, preparándose a recibir la invasión, mientras Josie y las criadas andaban asustadas corriendo de un lado para otro pensando en cómo traería aquella gente los pies de barro.
El profesor Bhaer se había detenido en la puerta, y estaba pronunciando un discurso de bienvenida, cuando Jo apareció, y al ver a sus visitantes tan mojados se compadeció de ellos y los hizo entrar en el salón. Los jóvenes se alegraron mucho y comenzaron a entrar, cerrando los paraguas y quitándose los sombreros.
¡Tram, tram, tram!, sonaban los pies a compás, mientras se oía al mismo tiempo el repiqueteo de los paraguas que iban colocando en los baldes, y los dueños de casa fueron acomodando a todo aquel regimiento de estudiantes en la habitación más grande. Un montón enorme de tarjetas apareció misteriosamente sobre la mesa, en las que había algunas palabras escritas pidiendo encarecidamente autógrafos. Escribió la tía Jo los que pudo, mientras su marido y los muchachos hacían los honores de la casa.
Josie había huído a otra habitación, pero fue descubierta por los chicos exploradores que andaban ya examinándolo todo, y fue terriblemente insultada por uno de ellos, que con la mayor inocencia del mundo le preguntó si ella era la señora Bhaer.