Las Mujercitas se casan (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Péinate de ese modo tan tentador que tú sabes y ponte el pimpollo rosa en el sombrero; eso alegrará algo tu ropa oscura.
Mientras se vestía, Amy dictaba órdenes y Jo las obedecía, no sin dejar registrada su protesta; sin embargo, sólo con suspiros y mucha dificultad logró entrar en su vestido nuevo de organdí.
-Me siento perfectamente desdichada, pero si tú-crees que así estoy bien, moriré contenta.
-Sumamente presentable... muévete despacito y deja que te inspeccione bien. -Jo dio vueltas y Amy prosiguió-: ¡Sí, estás muy bien! Echa los hombros para atrás y lleva las manos sueltas por más que te ajusten los guantes.
-"Tú eres un objeto de belleza y un placer sempiterno" -dijo Jo mirándola con aire de entendida y admirando el efecto de la pluma azul contra el pelo dorado-. Por favor, señora, dígame usted si debo arrastrar mi mejor vestido por el suelo o levantarlo.
-Recógelo cuando caminas en la calle pero déjalo suelto dentro de la casa. A ti te va bien

el estilo majestuoso y debes aprender a arrastrar con gracia tus faldas. Te falta abotonar un puño; hazlo en seguida, por favor.
Nunca parecerás bien vestida si descuidas un solo detalle, pues son los pormenores pequeños los que completan el conjunto.
Jo suspiró y abotonó el puño, y por fin estuvieron listas y salieran juntas "tan bonitas como pinturas", según el veredicto de Ana, que se asomó por la ventana de arriba para mirarlas.
-Veamos ahora, Jo. Los Chester son los primeros de la lista. Es gente que se precia de su elegancia, así que quiero que asumas allí tu mejor comportamiento. No salgas con alguno de tus exabruptos, ni hagas nada raro, ¿sabes? Simplemente conserva la calma, sé serena y habla poco. No te será difícil portarte así durante un cuarto de hora -aconsejó Amy al llegar a la primera casa.
-Veamos, veamos... serena, reposada y silenciosa, ¿eh? Sí, creo que puedo prometértelo, pues una vez representé en el teatro el papel de una muchacha remilgada y ahora lo volveré a hacer. Tú no sabes de lo que soy capaz, pero déjame y verás...
Amy pareció conforme, pero la pícara Jo la tomó al pie de la letra y durante la primera visita se quedó sentada con sus miembros en perfecto reposo y cada pliegue de su vestido cayendo graciosamente, serena y reposada como un banco de nieve y tan callada como la esfinge.

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