María Antonieta (Stefan Zweig) Libros Clásicos

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Preciosos tapices del palacio arzobispal cubren las paredes de madera construidas a toda prisa; la Universidad de Estrasburgo presta un baldaquín; la rica burguesía de la ciudad, su mejor mobiliario. Penetrar en este santuario de regio esplendor está, naturalmente, vedado a miradas no aristocráticas; no obstante, un par de monedas de plata hacen indulgentes en todo lugar y tiempo a los guardianes, y de este modo, varios días antes de la llegada de María Antonieta, algunos estudiantes alemanes se deslizan en los salones semiterminados para satisfacer su curiosidad. En especial uno de ellos de alta estatura, mirada libre y ardiente, con un nimbo de genio sobre su frente varonil, no se harta de ver los preciosos Gobelinos, tejidos según cartones de Rafael; despiertan en el mancebo, a quien el espíritu del arte gótico acaba de serle revelado por la catedral de Estrasburgo, tormentosos deseos de comprender con igual amor el arte clásico. Lleno de entusiasmo, explica a sus menos elocuentes camaradas este mundo de belleza de los pintores italianos que inesperadamente se abre ante sus ojos; pero de pronto se queda en silencio, se pone de mal humor y sus espesas y oscuras cejas se fruncen casi coléricas sobre la siempre centelleante mirada. Porque sólo entonces ha advertido lo que representan estas tapicerías; en reali dad, una leyenda, lo más inconveniente posible para una solemnidad de bodas: la historia de Jasón, Medea y Creusa, el ejemplo más perfecto de un funesto matrimonio. « ¡Cómo! -exclama casi a gritos el genial adolescente, sin prestar atención al asombro de los circunstantes-. ¿Es lícito presentar tan irreflexivamente ante los ojos de una joven reina, el día de su entrada en el país que ha de regir, el ejemplo del más espantoso matrimonio que acaso se haya celebrado jamás? ¿No hay, pues, entre los arquitectos franceses, decoradores y tapiceros, ni un solo hombre que comprenda que los cuadros siempre representan algún asunto, que sus temas actúan sobre los sentidos y la razón, que producen impresiones y suscitan presentimientos? No parece sino como si se hubiese enviado a la frontera a recibir a esta hermosa señora, según se dice contenta de la vida, al más espantoso fantasma.»
Trabajosamente logran los amigos apaciguar al excitado joven, y casi a la fuerza se llevan de a11í a Goethe -pues no otro sino él es aquel joven estudiante-fuera de la casa de tablas. Mas poco después se acerca la «poderosa ola de noble za y esplendor» del cortejo nupcial y, con alegres conversaciones y gozosos dichos, inunda aquel decorado recinto sin sospechar que, pocas horas antes, los videntes ojos de un poeta han descubierto en aquellos abigarrados tejidos el hilo negro de la fatalidad.
La entrada de María Antonieta debe significar la despedida de todos y de todo lo que la liga con la Casa de Austria; también aquí los maestros de ceremonia han imaginado un símbolo especial: no sólo no le es permitido a nadie de su acompañamiento austríaco ir con ella más allá de la invisible línea fronteriza, sino que la etiqueta llega hasta requerir que no conserve su desnudo cuerpo ni una sola hebra de los tejidos de su patria, ni zapatos, ni me dias, ni camisa, ni cintas.

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