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¿No hubiera podido evitarse, preguntará quizás alguna alma sensible, tratar de este espinoso y sagrado secreto de alcoba? ¿No hubiera bastado oscurecer hasta hacerlo irreconocible el tema del fracaso real, resbalar discretamente sobre esta trage dia conyugal, aludir figuradamente, en el mejor caso, a la «ausente dicha de la maternidad»? ¿En realidad, insistir sobre estas íntimas particularidades es imprescindible en un estudio de caracteres? Ciertamente lo es, pues todas las tiranteces, dependencias, sujeciones y hostilidades que se van formando, poco a poco, entre el rey y la reina, los candidatos al trono y la corte, y que se extienden muy a lo lejos en el terreno de la Historia Universal, serían incomprensibles si no se buscara resuelta mente su origen verdadero. Más numerosos de lo que en gene ral se cree son los sucesos de valor histórico universal que han tenido sus comienzos en la alcoba de los reyes y bajo el pabellón de su lecho; pero apenas habrá algún otro caso en el cual el lógico encadenamiento entre las causas más secretas y los efectos políticos a históricos sea tan claramente manifiesto como en esta íntima tragicomedia, y no sería honrado un estudio de caracteres que dejara envuelto en sombras un acontecimiento que la misma María Antonieta ha calificado de «article essentiel», punto capital de sus preocupaciones y esperanzas.
Y, además, ¿se descubre realmente un secreto cuando se habla de la dilatada incapacidad conyugal de Luis XVI? Cierto que no. Sólo el siglo XIX, con su enfermiza ética y su pruderie sexual, ha impuesto un noli me tangere a toda libre dilucidación de cuestiones fisiológicas. Mas en el siglo XVIII, al igual que en todos los anteriores, la capacidad sexual o la impotencia de un rey, lo mismo que la fecundidad o esterilidad de una reina, no eran consideradas como asuntos privados. sino asunto político y de Estado, porque de ello dependía la sucesión al trono y el destino de todo el país: el lecho formaba tan mani fiestamente parte de la existencia humana como la pila bautismal o el ataúd. En la correspondencia de María Teresa y de María Antonieta, que siempre pasaba por las manos del archivero de Estado y del copista, hablaban entonces una emperatriz de Austria y una reina de Francia con toda libertad de las particularidades de aquella extraña vida conyugal. María Teresa describe elocuentemente a su hija las ventajas del lecho en común y le hace algunas pequeñas indicaciones femeninas para aprovechar hábilmente toda ocasión de unión íntima: la hija informa repetidamente a su madre de si se presentan
o no sus molestias mensuales, de los fracasos del esposo, de cada «un petit mieux», y, por último, triunfalmente. de su embarazo.