María Antonieta (Stefan Zweig) Libros Clásicos

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En apariencia. es el embajador de la emperatriz en la corte de Versalles. pero en realidad no es más que el ojo, el oído y la mano protectora de la madre; gracias a sus minuciosos informes. María Teresa puede observar a su hija desde Schoenbrunn como a través de un telescopio. La emperatriz sabe cada palabra que pronuncia su hija. cada libro que lee, o más bien que no lee: conoce cada vestido que se pone; llega a su conocimiento cómo emplea o disipa María Antonieta cada uno de sus días, con quién habla, qué faltas comete, pues Mercy. con gran habilidad, ha tendido estrechamente sus redes en torno a su protegida. «He ganado la confianza de tres personas del servicio personal de la archiduquesa. la hago observar día tras día por
Vermo nd. y sé, por medio de la marquesa de Durfort, hasta la palabra más insignifcante que charla con sus tías. Poseo además, otros me dios y caminos para conocer lo que pasa en la cámara del rey cuando se encuentra a11í la delfïna. Añado a esto mis propias observaciones, en forma que no hay ni una sola hora del día acerca de la cual no pueda decir, con conocimiento, lo que la delfina ha hecho, dicho a oído. Y extiendo siempre tan allá mis investigaciones por si es necesario para tranquilidad de Vuestra Majestad.» Todo lo que oye y acecha este fiel y honrado servidor lo comunica con la más completa veracidad y sin miramiento alguno. Correos especiales, ya que los recíprocos robos de correspondencia representan entonces el arte principal de la diplomacia, transportan estos íntimos informes, exclusivamente destinados para María Teresa, los cuales ni una sola vez son accesibles al canciller de Estado o al emperador José, gracias a la cerrada envoltura con la inscripción: «Tibi soli». Cierto que a veces se asombra la inocente María Antonieta de lo rápida y detalladamente que están informados en Schoenbrunn sobre cada particular de su vida, pero jamás llega a sospechar que aquel canoso señor tan amistosamente paternal sea el espía íntimo de su madre y que las cartas exhortadoras, misteriosamente omniscientes, de la emperatriz estén pedidas a inspiradas por el propio Mercy, pues Mercy no tiene otro medio de influir en la indómita muchacha sino acudiendo a la autoridad materna. Como a embajador de una corte extranjera, aunque sea amigo, no le es permitido dar reglas de conducta moral a la heredera del trono, no puede tener la pretensión de educar a la futura reina de Francia o de querer infuir sobre ella. De este modo, cuando quiere alcanzar algún objeto, encarga siemp re una de aquellas cartas, cariñosamente several, que María Antonieta recibe y abre con corazón palpitante.

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