Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos) Libros Clásicos

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Entretanto yo escribí mi carta, disfrazando la letra en el sobre y contrahaciendo bastante bien el sello de Dijon. Escogí esta ciudad porque hallé gracioso, ya que aspiraba a gozar los mismos derechos que el marido, escribirla desde el paraje en que él estaba y también porque mi querida habló todo el día del deseo que tenía de recibir carta de Dijon.
Tomadas estas precauciones era fácil juntar mi carta a las que venían. De este modo ganaba yo además el testigo del recibo, porque es costumbre reunirse para almorzar y esperar antes de separarse que lleguen las cartas, lo que al fin sucedió.
La señora de Rosemonde abrió la caja. "De Dijon", dijo dando la suya a la señora de Tourvel. "No es letra de mi marido", replicó ella con inquietud, y, abriéndola con viveza, la primera mirada la enteró, y su semblante se alteró de modo que la señora de Rosemonde lo notó y le dijo: "¿Qué tiene usted?" Yo también me acerqué, diciendo: "¿Qué, esta carta es tan terrible?" La tímida devota no se atrevía a levantar los ojos ni a decir una palabra. Y para disimular su embarazo fingió recorrer la carta que no se hallaba en estado de leer; gozaba al ver su turbación y no pesándome el apretar un poco, añadí: "El aire más tranquilo que ya tiene usted me hace creer que esa carta le ha causado más sorpresa que dolor." La cólera la inspiró, mejor que lo hubiera hecho la prudencia. "Contiene, me dijo, cosas que me ofenden y que me admiro se haya atrevido nadie a escribirme." "¿Quién ha sido? pues", interrumpió la señora de Rosemonde. "No tiene firma", respondió la bella, airada; "pero la carta y su autor me inspiran igual desprecio. Agradeceré que no se me hable más de ello." Al decir estas palabras hizo pedazos la carta ofensiva, los metió en su faltriquera, se levantó y se fue.
A pesar de su cólera recibió, en resultado, mi carta, y estoy seguro de que la curiosidad le habrá hecho leerla toda.
El contar todo lo que pasó este día, sería muy largo. Incluyo el borrador de mis dos cartas y con él quedará usted enterada. Si usted quiere estar al corriente de esta correspondencia, es necesario que se acostumbre a leer mis minutas; por nada del mundo me entretendré en volverlas a copiar.

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