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En fin, a la llegada del correo me han entregado la carta de usted del 27, y mientras la leía dudaba aún si cumpliría mi palabra; pero me encontré con los ojos de mi hermosa y me hubiera sido imposible negarle cosa alguna.
Anuncié mi partida; un momento después la señora de Rosemonde nos dejó solos. Me hallaba a cuatro pasos de la arisca persona, cuando levantándose como asustada: "Déjeme usted, dijo, déjeme usted, por amor de Dios; déjeme usted."
Esta fervorosa súplica en que se veía su emoción debía precisamente darme nuevo aliento. Ya estiba a su lado y había cogido sus manos que ella cruzaba con uan expresión realmente encantadora, ya empezaba yo mis tiernas plegarias cuando un diablo enemigo hizo que volviese la señora de Rosemonde. La tímida devota, que tiene en efecto justos motivos de temer, se aprovechó de esto para retirarse. No obstante le presenté mi mano, que aceptó, y sacando yo buen agüero de esta complacencia quise apretársela volviendo a empezar mis ruegos. Al pronto quiso retirarla; pero instando yo con más viveza la entregó con bastante buena gracia, aunque sin corresponder ni a mi acción ni a mis palabras. Llegando al la puerta de su cuarto quise besar la misma mano antes de alejarme; empezó por rehusármelo francamente, pero esta sola expresión mía. Acuérdese usted que parto, pronunciada con ternura, entorpeció su espíritu y sus fuerzas. Apenas el beso fue recibido recobró su mano para retirarse, y mi prenda amada entró en su cuarto en donde su doncella la esperaba. Aquí finaliza mi historia.
De fijo irá mañana usted a casa de la maríscala de *** donde seguramente no iré yo, y como preveo que en nuestra primera visita tendremos muchos asuntos de que hablar, principalmente de la joven Volanges, que no pierdo de vista, he tomado el partido de enviar por delante esta carta; y aunque es muy larga no la cerré hasta el momento de mandarla al correo, porque en el punto a que hemos llegado, puede todo depender de una ocasión y dejo a usted para ponerme en acecho.
P. D. A las ocho de la noche.
Nada de nuevo, ni siquiera un momento de libertad. Gran cuidado, más bien para evitarlo; sin embargo tanta tristeza cuanta permite el decoro por lo menos. Otra circunstancia que puede no ser indiferente es que estoy encargado por la señora de Rosemonde de convidar en su nombre a la señora de Volanges a que venga a pasar con ella en el campo una temporada.