Página 7 de 158
disensiones los españoles.
A pesar de la dulzura de su carácter los peruanos conservaban todavía
una costumbre bárbara que remontaba a una grande antigüedad: tal era el
inmolar sobre su tumba, a la muerte de un inca o de algún otro personaje
de distinción, un gran número de individuos, a fin de que el ilustre
finado hiciese su entrada en el otro mundo con el acompañamiento y el
esplendor correspondientes a su rango. Observábase esta costumbre con
escrupulosa exactitud, y se asegura que a la muerte de un inca poderoso
[16] no bajaban de mil las víctimas que se inmolaban. Era esto ciertamente
un resto de barbarie en contradicción con las nuevas costumbres de los
peruanos; mas no el único rasgo que quedaba de su estado salvaje. Tenían
otra costumbre, universalmente rechazada hasta por pueblos que empiezan a
civilizarse, a saber, el comer sin cocerlos la carne y el pescado, sin
embargo de que conocían el uso del fuego, puesto que se servían de él para
preparar las legumbres y el maíz.
El derecho de propiedad no estaba establecido con tanta precisión en
el Perú como en México. La tierra estaba allí dividida en tres partes, la
una consagrada a la divinidad, la otra reservada a los incas, y la tercera
perteneciente en común al pueblo. La primera servía para la construcción
de los templos, el culto y la manutención de los sacerdotes; los incas
empleaban la segunda para los gastos del gobierno, y la última, que era
muy considerable, se distribuía entre todo el pueblo. La posesión empero
no era ni hereditaria ni permanente, puesto que se verificaba una nueva
división cada año, haciéndose la distribución según la categoría y las
necesidades de las diferentes familias. Las tierras se cultivaban en
común: había un empleado encargado de llamar el pueblo al trabajo, y
mientras que se ocupaba en él se le recreaba con el sonido de
instrumentos. Este sistema [17] daba felices resultados. La necesidad de
ayudarse mutuamente y la comunidad de intereses engendraban naturalmente
sentimientos de amistad y de afecto, que estrechaban más y más los lazos
de la sociedad. Así pues los peruanos podían ser considerados como una
gran familia, obrando por los mismos intereses y trabajando de consuno