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historiadores han acusado al padre Valverde con más pasión que justicia.
Sea de ello lo que fuere, Pizarro, que durante esta conferencia había
tenido no poco que [66] hacer para contener a sus soldados, impacientes
por lanzarse sobre las riquezas que tenían a la vista, dio la señal del
combate. Dejáronse oír al instante los instrumentos guerreros de los
españoles, vomitaron fuego los mosquetes y los cañones, embistieron los
caballos, y la infantería cayó espada en mano sobre los peruanos. Los
pobres indios, admirados de un ataque tan brusco e inesperado, turbados
por los terribles efectos de las armas de fuego y por la irresistible
arremetida de aquellos monstruos, desconocidos para ellos, que llevaban
los españoles, diéronse a huir por todas partes, sin probar siquiera
defenderse. Pizarro a la cabeza de su tropa escogida, lanzose en derechura
sobre el inca, y si bien los grandes de su acompañamiento, apiñándose en
torno del monarca, le hacían un escudo con sus cuerpos, sacrificándose en
su defensa, llegó muy pronto hasta él, y cogiéndole por el brazo, le hizo
bajar de su litera y le llevó a su tienda. La prisión del monarca aceleró
la derrota de sus tropas. Los españoles las persiguieron por todas partes,
y continuaron degollando a sangre fría a los fugitivos que no oponían la
menor resistencia. La noche puso fin a la matanza en la que perecieron más
de cuatro mil peruanos (6). No murió ningún español [67], y sólo Pizarro
fue ligeramente herido en la mano por uno de sus propios soldados, en la
prisa que se dio para apoderarse de la persona del inca.
Las riquezas recogidas en el pillaje del campamento excedieron a la
idea que se habían formado los españoles de la opulencia del Perú; los
vencedores se entregaron a los transportes de gozo que debían experimentar
unos miserables aventureros, que experimentaban en un solo día un cambio
tan extraordinario en su fortuna.
Atahualpa no podía sobrellevar con calma un cautiverio tan inicuo
como cruel. La terrible e imprevista calamidad que sufría habíale de tal
manera abatido, que durante algún tiempo le fue imposible pensar en los
medios de hacer menos miserable su suerte. Pizarro, temiendo perder las
ventajas que podía sacar de un preso de tal importancia, procuró disminuir