Middlemarch, Un estudio de la vida de las Provincias (George Eliot) Libros Clásicos

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¿Acaso su aguante se veía apoyado por la reflexión de que el señor Brooke era el tío de Dorothea?

Lo cierto es que parecía cada vez más empeñado en conseguir que Dorothea hablara con él, en que se explayara, como Celia se decía a sí misma; y cuando la miraba, a menudo se le iluminaba el rostro con una sonrisa como un pálido sol invernal. La mañana siguiente, antes de partir, y mientras daba un agradable paseo por el camino de gravilla, le había mencionado que sentía la desventaja de la soledad, la necesidad de esa alegre compañía con la que la presencia de la juventud puede iluminar o variar las severas penas de la madurez.
(2) El destrozo de máquinas de fábricas lo habían iniciado en Inglaterra los luditas (1811-16), seguidores de Ned Ludd. Incidentes de este tipo se repitieron en épocas de crisis económica.
(3) Guardián de los archivos.
Y profirió este comentario con la misma cuidadosa precisión de un emisario diplomático cuyas palabras serían atendidas con unos resultados. Efectivamente, el señor Casaubon no estaba habituado a esperar tener que repetir o revisar sus comunicaciones de tipo práctico o personal. Consideraba suficiente el referirse a las inclinaciones que deliberadamente hubiera manifestado el 2 de octubre con la simple mención de esa fecha; su rasero era su propia memoria, que era un volumen donde el vide supra podría reemplazar la repeticiones, y no el usual borrador que sólo conserva escritos olvidados. Pero en esta ocasión no era probable que la confianza del señor Casaubon se viera traicionada, pues Dorothea escuchaba y retenía cuanto él decía con el ansioso interés de las naturalezas frescas y jóvenes para las que cada variación en la experiencia supone una época.

Eran las tres del hermoso día de brisa otoñal cuando el señor Casaubon partió hacia su rectoría en Lowick, a tan sólo cinco millas de Tipton, y Dorothea, que llevaba puestos el sombrero y el chal, cruzó apresuradamente los arbustos y el parque a fin de poder deambular por el bosque cercano sin otra compañía visible que la de Monk, el enorme perro San Bernardo que siempre cuidaba de las jóvenes en sus paseos. Había surgido ante ella la visión juvenil de un posible futuro que ansiaba con trémula esperanza, y quería vagar por ese futuro imaginario sin que la interrumpieran. Caminó con paso ligero en el fresco aire; el color fue sonrosándole las mejillas y el sombrero de paja (que nuestros contemporáneos podrían observar con curiosidad como una obsoleta forma de cesto) un poco caído hacia atrás.

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