Middlemarch, Un estudio de la vida de las Provincias (George Eliot) Libros Clásicos

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(1) Costumbre popular inglesa por la que en la noche del 5 de noviembre se queman monigotes. Conmemora la llamada «conspiración de la pólvora», o intento de volar el Parlamento en el siglo XVII.
El suyo no es un sexo de pensadores, ¿sabe?... vanum et wutabile semper.. Cosas así. No conoce usted a Virgilio. Yo conocí... -el señor Brooke reflexionó a tiempo que no había conocido personalmente al poeta clásico-, iba a decir el pobre Stoddart. Eso es lo que él decía. Ustedes las señoras siempre están en contra de una actitud independiente... el que a un hombre le interese sólo la verdad y ese tipo de cosas. No hay otro lugar en el país donde la opinión sea más limitada que aquí. No me refiero a que tiren piedras, pero... se necesita a alguien que tenga una línea independiente, y si yo no la tomo ¿quién lo hará?

-¿Que quién lo hará? Pues cualquier rastacueros que carezca de cuna y de posición. La gente de solera debería consumir en casa sus memeces independentistas y no airearlas. ¡Y más usted que va a casar a su sobrina, que es como una hija, con uno de nuestros mejores hombres! Sería una cruel incomodidad para Sir James; sería muy duro para él si usted ahora diera un giro y enarbolara la bandera liberal.

El señor Brooke dio otro respingo interior, pues no bien se había decido el compromiso de Dorothea que se le habían pasado por la mente las posibles mofas que haría la señora Cadwallader. Puede que resultara fácil para los observadores ignorantes decir «Pues peléese con la señora Cadwallader»; pero ¿dónde va a ir un caballero rural que se pelea con sus vecinos más antiguos? ¿Quién podría saborear el fino sabor del nombre Brooke si se empleaba sin ton ni son, como un vino sin marca? La verdad es que el hombre sólo puede ser cosmopolita hasta cierto punto.

-Espero que Chettam y yo seamos siempre buenos amigos, pero lamento decir que no es probable que se case con mi sobrina -dijo el señor Brooke, viendo con alivio por la ventana que Celia estaba a punto de entrar.

-¿Por qué no? -dijo la señora Cadwallader con una aguda nota de sorpresa en la voz-. Hace apenas quince días que usted y yo hablábamos de ello.

-Mi sobrina ha elegido a otro pretendiente. Le ha escogido, ¿sabe? Yo no he tenido nada que ver en el asunto.

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