Diez negritos (Agatha Christie) Libros Clásicos

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.. en amor como en la guerra. Procuraría conducirse bien.
Puso el ceño adusto. No, inútil pensar en cuchufletas. Los negocios ante todo. Le era preciso concentrar todas sus energías en su trabajo.
¿De qué se preocupaba, en resumen? Aquel pequeño judío se había mostrado excesivamente misterioso.
-Hay que tomarlo o dejarlo, capitán Lombard.
-Cien guineas, ¿eh? -le había dicho entonces con gesto indiferente, como si cien guineas no significasen nada para él. ¡Cien guineas, ahora que no contaba con recursos! Adivinó sin embargo que el pequeño judío no era cándido; el fastidio con los judíos es precisamente nuestra impotencia para engañarles en materia de dinero... Parecen leer nuestros pensamientos.
Le había pedido bien claramente:
-¿No puede usted proporcionarme unos más amplios informes?
Mister Isaac Morris había sacudido con energía su pequeña cabeza calva.
-No, capitán Lombard, las cosas están así. Para mi cliente, usted es una buena persona, acorralada en un callejón sin salida. Estoy autorizado para entregarle la suma de cien guineas, y en reciprocidad, usted debe ir a Sticklehaven, en el Devon. La estación más próxima es Oakbridge; desde ella será usted conducido en automóvil hasta Sticklehaven y luego una canoa de motor le llevará a la isla del Negro. Una vez allí, usted se pondrá a la disposición de mi cliente.
Lombard había preguntado bruscamente:
-¿Por mucho tiempo?
-Una semana a lo más.
Atusándose su corto bigote, el capitán Lombard hizo observar:
-Está bien entendido que no exigirá de mi ningún trabajo ilegal, ¿no es cierto?
Al pronunciar estas palabras, Lombard lanzó una rápida mirada a su interlocutor. Una ligera sonrisa había aflorado a los labios carnosos del pequeño israelita y respondió seriamente:
-Con toda seguridad; si le pidiera alguna cosa ilegal, queda en completa libertad para retirarse.
¡Vaya al cuerno este judío meloso!
Había sonreído. A buen seguro sabía que en el pasado del capitán Lombard no todos los actos habían revestido caracteres de legalidad. Los labios de Lombard se entreabrieron como en una mueca.
¡En una o en dos ocasiones le faltó poco para dejarse ahorcar, pero siempre se había librado! ¿A qué, pues, atormentarse por anticipado? Contaba con darse buena vida en la isla del Negro.


En un departamento de no fumadores, miss Emily Brent permanecía sentada, erguido el busto, según su costumbre. Aunque tenía sesenta y cinco años, reprobaba todo abandono. Su padre, coronel de la antigua escuela, siempre habíase mostrado acicalado y meticuloso en su atuendo.

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