Diez negritos (Agatha Christie) Libros Clásicos

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«Os acuso de los crímenes siguientes.»
-¡Pare, pare! ¡Esto es horrible! -exclamó Vera.
Lombard obedeció y Armstrong dio un suspiro de satisfacción añadiendo:
-Han querido gastarnos una broma. ¡He ahí todo!
La voz del juez murmuró:
-¿Cree usted que se trata de una broma?
El médico le miró fijamente.
-¿Qué quiere usted que sea?
El magistrado, pellizcándose los labios, declaró:
-En estos momentos no estoy, en absoluto, en disposición de opinar.
-Olvida un detalle -intervino Anthony Marston-. ¿Quién ha puesto el gramófono en marcha?
-En efecto. Me parece que una indagación se impone para esclarecer este punto -murmuró agriamente Wargrave.
Se fue hacia el salón y todos le siguieron.
Rogers entraba con un vaso de coñac. Miss Brent estaba inclinada sobre la cocinera que se quejaba.
Hábilmente, Rogers se interpuso entre las dos mujeres.
-Permítame, señorita, decirle una palabra... Ethel... Ethel... no te atormentes, no es nada serio..., ¿me comprendes...? Anímate un poco.
La criada respiraba con dificultad. Sus ojos fijos y asustados recorrieron todas las caras. La voz de su marido se hacía cada vez más fuerte:
-Anda, Ethel, no te excites.
-Se encontrará mejor dentro de poco; sólo se trata de una broma -le dijo el doctor amablemente, en animoso tono.
-¿Me he desmayado, doctor?
-Sí, mistress Rogers.
-Era esa voz... esa horrible voz... Como si fuera la de un juez.
De nuevo su cara se puso verdosa y sus ojos parpadearon.
El doctor pidió vivamente:
-¿Dónde está el coñac?
Rogers había puesto el vaso encima de una mesita, se lo dio al doctor que se inclinó sobre la criada.
-Tenga, beba esto.
Bebió un sorbo y tosió. El alcohol le sentó muy bien; los colores reaparecieron en su semblante.
-Me siento mejor ahora -dijo la enferma-. Esto me ha impresionado mucho.
Su marido la interrumpió:
-Lo creo; a mí también. Dejé caer la bandeja. Son infames mentiras... Me gustaría saber...
Fue interrumpido por una tos... una tosecilla seca, pero que le cortó la palabra. Miró al juez que, en el tono de antes, volvió a toser.
-¿Quién ha puesto ese disco en el gramófono? ¿Ha sido usted, Rogers? -interrogó el juez.
Rogers protestó.
-No sabia de qué se trataba señor; juro que lo ignoraba. Si hubiese sabido lo que decía no lo hubiera puesto, se lo aseguro.
El juez profirió con voz brusca:
-Quiero creerle, pero, sin embargo, me gustaría que me proporcionara algunas explicaciones, Rogers.

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