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Y él, MacArthur, veía con agrado el interés casi maternal de su mujer para con el joven.
¡Interés maternal! ¡Qué mentira! Fue un tonto al no darse cuenta de que Richmond tenía veintiocho años y Leslie veintinueve.
MacArthur amó a su mujer, la veía ahora. Su boca en forma de corazón, y sus ojos grises profundos e impenetrables bajo sus espesos bucles. Si; la había querido y adorado ciegamente.
Allá, en el frente francés, en plena batalla, pensaba en ella y con frecuencia deleitábase contemplando su retrato que llevaba siempre en su bolsillo de su guerrera.
Un día... ¡lo descubrió todo!
Ocurrió como en las novelas: Una carta metida por equivocación en sobre distinto; ella escribió a los dos hombres y puso la carta amorosa en el sobre de su marido. Después de tantos años aún sentía el dolor que le produjo.
¡Dios mío, lo que había sufrido!
Sus culpables relaciones databan de bastante tiempo, la carta lo atestiguaba. Fines de semana... El último permiso de Richmond.
Leslie...
¡Leslie y Arthur!
Innoble individuo.
Su sonrisa hipócrita... su afectada educación: «Sí, mi general.»
¡Hipócrita y mentiroso! ¡Ladrón de mujeres!
Con su calma habitual había estado elaborando un plan de venganza. Se esforzó en demostrarle a Richmond la misma amabilidad de siempre.
¿Lo había logrado? Puede ser. Lo cierto era que Richmond no sospechó nada. Los cambios de humor se explicaban fácilmente allí donde los nervios de los hombres estaban sujetos a dura prueba; sólo el joven Armitage le miraba algunas veces de una manera muy rara, y el día que decidió realizarlo se dio cuenta de sus intenciones.
Con toda sangre fría MacArthur envió a Richmond a la muerte, sólo un milagro podía salvarle, y este milagro no se produjo.
Si, envió a Richmond a que lo matasen, y no lo sintió nada. ¡Qué fácil fue aquello! Los errores se multiplicaban diariamente. La vida de un hombre no contaba. Todo era confusión y pánico. Después sólo dirían: «El viejo MacArthur no era dueño de sus nervios, ha cometido faltas tontas y ha enviado a la muerte a sus mejores hombres.» ¡De ahí todo!
Después de la guerra... ¿Armitage había hablado?
Leslie no estaba al corriente de nada... seguramente lloró la muerte de su amante, pero su pena se había pasado cuando volvió su marido a Inglaterra. Jamás le dijo nada referente a su infidelidad. Entre ellos la vida continuaba normalmente... salvo que a sus ojos ella había perdido su aureola de virtud.