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-Venga por aquí, doctor.
Abrió el comedor, en el cual entró el doctor, y Rogers cerró la puerta tras de él.
-Bueno, ¿qué es lo que le pasa?
-Mire, señor; aquí pasan cosas muy raras que yo no comprendo. Usted me tratará de loco, señor, pero es necesario averiguar cómo ha ocurrido, porque yo no me lo explico.
-Bueno, ¿me quiere decir de qué se trata? No me gustan las adivinanzas.
-Se trata de las figuritas de porcelana que están encima de la mesa. Había diez; lo puedo jurar que había diez.
-Es cierto, las contamos ayer noche a la hora de la cena.
Rogers se acercó.
-Es justamente esto lo que me enloquece. Ayer noche, cuando quité la mesa, no había más que nueve. Me pareció raro, pero no le di ninguna importancia. Y esta mañana, al poner los cubiertos para el desayuno... estaba tan emocionado... pero hace unos momentos que vine para retirar el servicio... Cuéntelas usted mismo, si no me cree; sólo hay ocho. ¿No es esto incomprensible, señor? ¡Solamente ocho!
7
Después del desayuno, miss Brent invitó a Vera a subir a lo alto de la isla para vigilar la llegada del barco. Y Vera aceptó.
El viento había cambiado y era más fresco. Crestas de espuma aparecían en el mar. En el horizonte no se veía ninguna barca de pesca... y ni la menor señal de la canoa.
El pueblo de Sticklehaven era invisible, no se divisaban sino los rojizos acantilados que lo dominaban y ocultaban la pequeña bahía.
Emily Brent dijo:
-Parecíame que el hombre que nos trajo ayer era bastante formal; es verdaderamente raro que se retrase tanto esta mañana.
Vera no respondió, trataba de reprimir su nerviosismo y pensaba:
«Debo conservar mi sangre fría; en este momento no me conozco, acostumbro tener más valor.»
Al cabo de un instante, dijo en voz alta:
-Deseo ver llegar esta canoa, pues quiero marcharme de aquí.
La vieja, sobresaltada, exclamó:
-Todos deseamos marcharnos de esta isla -añadió secamente miss Brent.
-íEsta aventura es tan fantástica! No se comprende nada -suspiró Vera.
La vieja solterona volvió a hablar:
-Me he dejado engañar muy fácilmente; esta carta es absurda, si se toma uno la molestia de examinarla detenidamente. Pero cuando la recibí no tuve la menor sospecha.
-Lo comprendo muy bien -murmuró Vera.
-No se desconfía bastante en la vida.