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A través del objetivo podían divisarse tres pequeñas figuras que ascendían hacia la cumbre con la rapidez con que se lo permitía la abrupta pendiente. Eso era todo cuanto veía, ni más ni menos. Luego, todos percibieron un raro e intempestivo ruido que procedía del fondo del valle a sus espaldas, e incluso salía de la misma maleza de Sentinel Hill. Era el griterío que armaba una legión de chotacabras y en su estridente coro parecía latir una tensa y maligna expectación.
Earl Sawyer cogió seguidamente el catalejo y dijo que se veía a las tres figuras de pie en la cumbre más alta, prácticamente al mismo nivel del altar de piedra, pero todavía a considerable distancia de éste. Uno de los hombres, dijo Earl Sawyer, parecía alzar los brazos por encima de su cabeza a intervalos rítmicos, y al decir esto los demás creyeron oír un tenue sonido cuasi musical a lo lejos, como si una ruidosa salmodia acompañara a sus gestos. La extraña silueta en aquel lejano pico debía constituir todo un grotesco e impresionante espectáculo, pero ninguno de los presentes se sentía con humor para hacer consideraciones estéticas.
-Me imagino que ahora están entonando el conjuro -dijo Wheeler en voz baja al tiempo que arrebataba el catalejo de manos de Sawyer. Mientras, las chotacabras chirriaban con singular estridencia y a un ritmo curiosamente irregular, que no guardaba ningún parecido con las modulaciones del ritual.
De repente, la luz del sol disminuyó sin que, a primera vista, se debiera a la acción de ninguna nube. Era un fenómeno realmente singular, y así lo apreciaron todos. Parecía como si en el interior de las montañas estuviera gestándose un estrepitoso fragor, extrañamente acorde con otro fragor que vendría del firmamento.
Un relámpago rasgó el aire y los asombrados hombres buscaron en vano los indicios de la tormenta. La salmodia que entonaban los investigadores de Arkham llegaba ahora nítidamente hasta ellos, y Wheeler vio a través del catalejo que levantaban los brazos al compás de las palabras del conjuro. Podía oírse, asimismo, el furioso ladrido de los perros en una granja lejana.
Los cambios en las tonalidades de la luz solar fueron a más y los hombres apiñados en el camino seguían mirando perplejos al horizonte. Unas tinieblas violáceas, originadas como consecuencia de un espectral oscurecimiento del azul celeste, se cernían sobre las retumbantes colinas. Seguidamente, volvió a rasgar el cielo un relámpago, algo más deslumbrante que el anterior, y todos creyeron ver como si una especie de nebulosidad se levantara en torno al altar de piedra allá en la lejana cumbre.