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Durante algún tiempo lo peor fue mantener callado a Mazurewicz, pues el taciturno mecánico de telares jamás estaba sobrio y siempre andaba gimiendo y mascullando acerca de espectros y cosas terribles.
Parece que aquella última y espantosa noche joe se había agachado para ver de cerca las huellas rojas que había dejado la rata desde la cama de Gilman hasta el agujero de la pared. Sobre la alfombra aparecían confusas, pero había un trozo de suelo al descubierto desde el borde de la alfombra hasta el friso de la pared. Allí Mazurewicz encontró algo monstruoso, o creyó encontrarlo, pues nadie se mostró de acuerdo con él a pesar de la indudable extrañeza de las huellas. Las marcas del suelo eran muy diferentes de las dejadas habitualmente por las ratas, pero ni siquiera Choynski y Desrochers quisieron reconocer que eran como huellas de cuatro diminutas manos humanas.
Nunca se volvió a alquilar la casa. Tan pronto como la dejó Dombrowski, empezó a cubrirla el manto de la desolación definitiva, pues la gente la rehuía, tanto por su mala fama como por el pésimo olor que en ella se advertía. Tal vez el veneno contra las ratas del inquilino anterior había surtido efecto después de todo, pues al poco tiempo de su partida, la casa se convirtió en una pesadilla para la vecindad. Los funcionarios de Sanidad encontraron que el mal olor procedía de los espacios cerrados que rodeaban la buhardilla del este de la casa y dedujeron que el número de ratas muertas debía de ser enorme. Pero decidieron que no valía la pena abrir y desinfectar aquellos lugares tanto tiempo clausurados, ya que el hedor desaparecería pronto y el vecindario no era muy exigente. De hecho, siempre circularon rumores acerca de hedores inexplicables en la Casa de la Bruja inmediatamente después de la víspera del Día lo de Mayo y de la noche de Todos los Santos. Los vecinos se resignaron por desidia, pero el mal olor fue un elemento más en contra de aquel lugar. Finalmente, la casa fue declarada inhabitable por las autoridades.
Los sueños de Gilman y las circunstancias que los rodearon no han sido explicados nunca. Elwood, cuyas ideas sobre aquel episodio son a veces casi enloquecedoras, volvió a la Universidad el otoño siguiente y se graduó en el mes de junio. A su regreso notó que los comentarios habían disminuido en la ciudad, y, en efecto, pese a ciertos rumores que aún circulaban sobre risas fantasmales que resonaban en la casa desierta, rumores que duraron casi tanto tiempo como el propio edificio, no se ha vuelto a murmurar acerca de las apariciones de la vieja Keziah o de Brown Jenkin desde que Gilman murió.