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Las ancianas la enterraron en un agujero poco profundo excavado con sus propias uñas; así que Ull estaba solo cuando llegó esta Mladdna, aún más vieja.
Ella caminaba con ayuda de un nudoso bastón, una preciada reliquia de los viejos bosques, duro y pulido por los años de uso. No dijo de dónde provenía, pero renqueó hasta el interior mientras la joven suicida era enterrada. Allí aguardó hasta que volvieron las dos, y éstas la aceptaron sin curiosidad.
Así fue durante muchas semanas, hasta que las otras dos cayeron enfermas, y Mladdna no pudo curarlas. Extraño fue que aquellas dos, más jóvenes, cayeran, mientras que ella, más débil y anciana, sobrevivió. Mladdna las había cuidado durante muchos días, y por fin murieron, por lo que Ull quedó solo con la extranjera. Él gritó toda la noche, hasta que ella acabó perdiendo la paciencia y le amenazó con morir también. Entonces, oyéndola, se calmó al fin, ya que no deseaba quedar en completa soledad. Tras eso, había vivido con Mladdna y ella desenterraba raíces para comer.
La podrida dentadura de Mladdna estaba demasiado enferma para roer la comida que encontraba, pero ellos la picaban hasta que ella podía tomarla. Esta fatigosa rutina de búsqueda y comida constituyó la infancia de Ull.
Ahora, a sus diecinueve años, era fuerte y firme, y la anciana había muerto. No había nada que le atara allí, por lo que se decidió por fin a buscar aquellas fabulosas cabañas detrás de las montañas y vivir con aquel pueblo. Ull cerró la puerta de su choza -por qué, él no pudo contestárselo, ya que no había allí animales desde hacía muchos años- y dejó a la mujer muerta en su interior. Medio deslumbrado, y aterrado ante su propia audacia, caminó durante largas horas por las secas hierbas, hasta que por fin alcanzó las primeras estribaciones de las colinas. El atardecer llegó, y él trepó hasta que estuvo exhausto y se tumbó sobre la hierba. Allí tendido, pensó en muchas cosas. Se preguntó acerca de la vida extranjera, apasionadamente ansioso de alcanzar la perdida colonia del otro lado de las montañas, pero al fin se durmió.
Cuando despertó, había luz de estrellas en su rostro y se sintió vigorizado. Ahora que el sol se había ido por un tiempo, viajó más rápido y decidió apresurarse antes de que la falta de agua se volviera insoportable. No había llevado nada consigo, ya que el último pueblo, morando en un lugar fijo y no teniendo ocasiones para acarrear su preciada agua, carecía de recipientes de cualquier clase.