Cocos Y Hadas (Julia de Asensi) Libros Clásicos

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cuartito, había dejado abandonada. Era de madera y alambre, muy tosca, muy
vieja y muy sucia, pero al muchacho, que no había tenido nada mejor, le
parecía buena. La dificultad principal para el niño era el dar de comer al
pajarito por la imposibilidad en que se hallaba de comprarle cañamones o
alpiste. Le mantenía con miguitas de pan, no siempre tierno, y unas hojas
[18] de escarola que pedía de vez en cuando a una verdulera parienta suya.
El jilguero conocía bien a su dueño y le saludaba con su alegre canto, más
melodioso desde que tenía por vecinos a dos canarios.
La casa que había en frente de la que habitaba Micaela era un bello
edificio bastante antiguo, de severa fachada, anchos balcones en el piso
principal, ventanas en el segundo y en el bajo y en el centro de éste una
gran puerta con marco de piedra y sobre ella un escudo de armas.
Durante mucho tiempo aquella casa había permanecido cerrada y desde
hacía pocos días la ocupaba una ilustre señora, viuda de un duque y madre
de dos niñas. Los canarios pertenecían a éstas. Apenas si conocían en el
pueblo a la madre y a las hijas, las creían altivas y dichosas en su
soledad, poco dispuestas a procurar el bien de aquellas gentes que casi en
total dependían de ellas, ya porque las casas que ocupaban fuesen
propiedad suya, o porque tuviesen arrendadas tierras que les pertenecían
de igual modo.
Félix estaba muchas veces asomado a la [19] única ventana de su casa;
pero en cuanto veía en los balcones de en frente a alguna de las niñas, su
natural timidez le obligaba a ocultarse.
Llegó una temporada muy mala para la pobre Micaela, que no encontró
trabajo, y la infeliz tuvo que pedir limosna para mantenerse ella y dar de
comer a su hijo. Hubo un día en que no tuvieron más que un pedazo de pan.
La madre dio la mayor parte de él al niño, que la comió con avidez.

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