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que nos mantenemos [70] mi madre y yo. Lo que los dos ganamos trabajando,
cuando hay en qué, lo ahorramos, y el día que tengamos bastante dinero nos
iremos muy lejos para vivir en paz. Esto es cuanto puedo decirle,
caballero.
-Pero eso -dijo el joven-, no me explica tu terror cuando querían
encerrarte en la casa del duende...
-Era fingido, yo no temía nada.
-Pues entonces eres un gran actor.
-Sí, señor, pero encargado siempre del papel de tonto.
El forastero le prometió callar y lo cumplió, dándole antes de
marcharse una cantidad de dinero para que el niño y su infeliz madre
pudieran dejar más pronto aquel lugar y la miserable vida que en él
llevaban. Les ofreció también su apoyo para que lograran trabajar, sacando
buen producto, en la ciudad que él habitaba.
Al día siguiente pudo ver cómo se burlaban del chico los muchachos,
pero al partir llevaba la convicción de que la persona más inteligente de
Santa Marina era aquel niño a quien llamaban Ginesillo el tonto. [71]
El pozo mágico
Una tarde, que los padres aún no habían vuelto de trabajar en el
campo, se hallaba Juanito en su bonita casa compuesta de dos pisos, al
cuidado de una anciana encargada de atender a las faenas de la cocina,
mientras sus amos procuraban sacar de una ingrata tierra lo preciso para
el sustento de todo el año. [72]
La casa era el solo bien que los dos labradores habían logrado salvar
después de varias malas cosechas; era herencia de los padres de ella y por
nada del mundo la hubieran vendido o alquilado.
Juanito se hallaba en la sala, una habitación grande, alta de techo,
con dos ventanas que daban al campo, amueblada con sillas de Vitoria, un
rústico sofá, una cómoda, con una infinidad de baratijas encima, y dos
mesas.
A una de las ventanas, que estaba abierta, se acercó por la parte de
fuera un hombre mal encarado, vestido pobremente y con un fuerte garrote