Cinco Semanas en Globo (Julio Verne) Libros Clásicos

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El doctor se manifestaba a la vez sublime, grande, sobrio
y circunspecto; había pronunciado la palabra adecuada a la situación: «¡Excelsior!»
El viejo comodoro, completamente adherido a aquel hombre extraordinario, reclamó la
inserción «íntegra» del discurso de Samuel Fergusson en los Proceedings of the Royal
Geographical Society of London .
¿Quién era, pues, aquel doctor, y cuál la empresa que iba a acometer?
El padre del joven Fergusson, denodado capitán de la Marina inglesa, había asociado a
su hijo, desde su más tierna edad, a los peligros y aventuras de su profesión. Aquel digno
niño, que no pareció haber conocido nunca el miedo, anunció muy pronto un talento
despejado, una inteligencia de investigador, una afición notable a los trabajos científicos;
mostraba, además, una habilidad poco común para salir de cualquier atolladero; no se
apuró nunca por nada de este mundo, ni siquiera a la hora de servirse por vez primera en
la comida del tenedor, cosa en la que los niños no suelen sobresalir.
Su imaginación se inflamó muy pronto con la lectura de las empresas audaces y de las
exploraciones marítimas. Siguió con pasión los descubrimientos que señalaron la primera
parte del siglo XIX y soñó con la gloria de los Mungo-Park, de los Bruce, de los Caillié,
de los Levaillant, e incluso un poco, según creo, con la de Selrik, el Robinsón Crusoe,
que no le parecía inferior. ¡Cuántas horas bien ocupadas pasó con él en la isla de Juan
Fernández! Aprobó con frecuencia las ideas del marinero abandonado; discutió algunas
veces sus planes y sus proyectos. Él habría procedido de otro modo, tal vez mejor; en
cualquier caso, igual de bien. Pero, desde luego, jamás habría dejado aquella isla de
bienaventuranza, donde era tan feliz como un rey sin súbditos... No, ni siquiera en el caso
de que le hubieran nombrado primer lord del Almirantazgo.
Dejo a la consideración del lector si semejantes tendencias se desarrollaron durante su
aventurera juventud lanzada a los cuatro vientos. Su padre, hombre instruido, no dejaba
de consolidar aquella perspicaz inteligencia con estudios continuados de hidrografía,
física y mecánica, acompañados de algunas nociones de botánica, medicina y astronomía.
A la muerte del digno capitán, Samuel Fergusson tenía veintidós años de edad y había
dado ya la vuelta al mundo. Ingresó en el cuerpo de ingenieros bengalíes y se distinguió

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