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Si tengo demasiado calor, subo; si tengo frío, bajo; si
encuentro una montaña, la salvo; si un precipicio, lo paso; si un río, lo atravieso; si una
tempestad, la domino; si un torrente, lo cruzo como un pájaro. Avanzo sin cansarme, me
detengo sin necesidad de reposo. Planeo sobre ciudades desconocidas. Vuelo con la
rapidez del huracán, tan pronto por las regiones más elevadas de la atmósfera como a cien
pasos de tierra, y el mapa de África se abre ante mis ojos en el gran atlas del mundo.
El buen Kennedy empezaba a emocionarse, y sin embargo, el espectáculo evocado le
producía vértigo. Contemplaba a Samuel con admiración, pero también con miedo; le
parecía que estaba ya balanceándose en el espacio.
-Veamos -dijo-. Reflexionemos un poco, amigo Samuel. ¿Has hallado pues, el medio
de dirigir los globos?
-Por supuesto que no. Es una utopía.
-Entonces, irás...
-A donde quiera la Providencia; pero será del este al oeste.
-¿Por qué?
-Porque cuento con valerme de los vientos alisios, cuya dirección es constante.
-¡Es verdad! -exclamó Kennedy, reflexionando-. Los vientos alisios... Seguramente...
En rigor, se puede... Algo hay...
-¡Si hay algo! No, amigo mío, hay más que algo. El Gobierno inglés ha puesto un
transporte a mi disposición, y está también resuelto que crucen tres o cuatro buques por la
costa occidental hacia la época presunta de mi llegada. Dentro de tres meses, todo lo más,
me hallaré en Zanzibar, donde hincharé mi globo, y desde allí nos lanzaremos...
-¿Nos lanzaremos? -exclamó Dick.
-¿Te atreverás a hacerme aún alguna nueva objeción? Habla, amigo Kennedy.
-¡Una objeción! Se me ocurren más de mil; pero entre otras, dime: si tienes previsto
conocer el país, si tienes previsto subir y bajar a tu albedrío, no lo podrás hacer sin perder
gas; hasta ahora no se ha podido proceder de otra manera, lo que ha impedido siempre las
largas peregrinaciones por la atmósfera.
-Querido Dick, sólo te diré una cosa: yo no perderé ni un átomo de gas, ni una
molécula.
-¿Y bajarás cuando quieras?
-Cuando quiera.
-¿Cómo?
-El cómo es mi secreto, amigo Dick. Ten confianza, y que mi divisa sea la tuya:
¡Excelsior!
-Pues bien, ¡Excelsior! -respondió el cazador, que no sabía una palabra de latín.
Sin embargo, estaba decidido a oponerse por todos los medios posibles a la partida de