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Pero hasta entonces había formado parte de la numerosa
falange de los incrédulos.
-Dudaba -dijo, tendiéndole la mano a Samuel Fergusson-, pero ahora ya no dudo.
Ofreció su propia casa al doctor, a Dick Kennedy y, naturalmente, al bravo Joe.
Por el cónsul tuvo el doctor conocimiento de varias cartas que había recibido del
capitán -Speke. El capitán y sus compañeros habían tenido que pasar mucha hambre y
muchos contratiempos antes de llegar al país de Ugogo. No avanzaban sino con una gran
dificultad y no pensaban poder dar noticias inmediatas de su situación y paradero.
-He aquí peligros y privaciones que nosotros podremos evitar -dijo el doctor.
El equipaje de los tres viajeros fue trasladado a la casa del cónsul. Se disponían a
desembarcar el globo en la playa de Zanzíbar, pues cerca del asta de las banderas de
señalización había un sitio favorable, junto a una enorme construcción que lo hubiera
puesto a cubierto de los vientos del este. Aquella gran torre, semejante a un tonel
inmenso junto al cual la cuba de Heidelberg habría parecido un insignificante barril,
servía de fuerte, y en su plataforma vigilaban unos beluchíes, armados con lanzas, especie
de soldados haraganes y vocingleros.
Sin embargo, durante el desembarco del aeróstato, el cónsul recibió aviso de que la
población de la isla se opondría a ello por la fuerza. No hay nada tan ciego como el
apasionamiento fanático. La noticia de la llegada de un cristiano que iba a elevarse por
los aires fue recibida con indignación, y los negros, más conmocionados que los árabes,
vieron en este proyecto intenciones hostiles a su religión, figurándose que se dirigía
contra el Sol y la Luna, que son objeto de veneración para las tribus africanas. Así pues,
resolvieron oponerse a expedición tan sacrílega.
El cónsul conferenció acerca del particular con el doctor Fergusson y el comandante
Pennet. Éste no quería retroceder ante las amenazas; pero su amigo le hizo entrar en
razón.
-Ya sé -le dijo- que acabaremos metiéndonos a esa gente en el bolsillo, y en caso
necesario los propios soldados del imán nos prestarán auxilio; pero, mi querido
comandante, un accidente sobreviene en el momento menos pensado, y bastaría un golpe
cualquiera para causar al globo una avería irreparable que comprometiera el viaje