Cinco Semanas en Globo (Julio Verne) Libros Clásicos

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dos líneas en la columna barométrica.
A aquella altura, una corriente más marcada impelió al globo hacia el suroeste. ¡Qué
magnífico espectáculo se extendía ante los ojos de los viajeros! La isla de Zanzíbar se
ofrecía por completo a la vista y destacaba en un color más oscuro, como sobre un vasto
planisferio; los campos tomaban la apariencia de muestras de varios colores; y grandes
ramilletes de árboles indicaban los bosques y las selvas.
Los habitantes de la isla parecían como insectos. Los hurras y los gritos se perdían poco
a poco en la atmósfera, y sólo los cañonazos del buque vibraban en la concavidad inferior
del aeróstato.
-¡Qué hermoso es todo esto! -exclamó Joe, rompiendo por primera vez el silencio.
No obtuvo respuesta. El doctor estaba ocupado observando las variaciones barométncas
y tomando nota de los pormenores de su ascensión.
Kennedy miraba y no tenía ojos para verlo todo.
Los rayos del sol, uniendo su calor al del soplete, aumentaron la presión del gas. El
Victoria subió a una altura de dos mil quinientos pies.
El Resolute presentaba el aspecto de un barquichuelo, y la costa africana aparecía al
oeste como una inmensa orla de espuma.
-¿No dicen nada? -preguntó Joe.
-Miramos -respondió el doctor, dirigiendo su anteojo hacia el continente.
-Lo que es yo, si no hablo, reviento.
-Habla cuanto quieras, Joe; nadie te lo impide.
Y Joe hizo él solo un espantoso consumo de onomatopeyas. Los « ¡oh! », los « ¡ah! » y
los « ¡eh! » brotaban de sus labios a borbotones.
Durante la travesía del mar, el doctor creyó conveniente mantenerse a aquella altura
que le permitía observar la costa más extensamente. El termómetro y el barómetro,
colgados dentro de la tienda entreabierta, se hallaban constantemente al alcance de su
vista, y otro barómetro, colocado exteriormente, serviría durante la guardia de noche.
Al cabo de dos horas, el Victoria, a una velocidad de poco más de ocho millas, se
aproximó sensiblemente a la costa. El doctor resolvió acercarse a tierra; moderó la llama
del soplete, y muy pronto el globo bajó a trescientos pies del suelo.
Se hallaba sobre el Mrima, nombre que lleva aquella porcion de la costa oriental de
África. Protegían sus orillas espesos manglares, y la marea baja permitía distinguir sus
gruesas raíces roídas por los dientes del océano índico.

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