Página 95 de 97
Es una vista de
conjunto de ambas cataratas: a la derecha se ve la canadiense, cuya cresta, coronada de
vapores, cierra por este lado el paisaje como un horizonte de mar; enfrente se ve el salto
americano, y encima el elegante pueblo de Niágara Falls, medio perdido entre los árboles,
y toda la perspectiva del río, que se esconde entre sus elevadas orillas; debajo, el torrente
que lucha con los témpanos desprendidos.
No quise distraer a Fabián. Corsican, el doctor y yo nos habíamos acercado a
Table-Rock. Elena conservaba la inmovilidad de una estatua. ¿Qué impresión dejaba
aquella escena en su espíritu? ¿Renacía, poco a poco, su razón, bajo la influencia de aquel
grandioso espectáculo? Vi que, de pronto, Fabián dio un paso hacia ella. Elena,
levantándose bruscamente, había avanzado hacia el abismo, tendiendo al antro sus
brazos, pero, de repente, se había detenido, pasando la mano por su frente como si
quisiera borrar de ella alguna imagen. Fabián, pálido como un cadáver, pero sereno, se
había colocado de un salto entre Elena y el precipicio. Elena había sacudido su rubia
cabellera; su cuerpo encantador se estremecía. ¿Veía a Fabián? No. Parecía una muerta
que volvía a la vida y que trataba de reconocer la existencia en tomo suyo.
Corsican y yo no nos atrevíamos a dar un paso; sin embargo, tan cerca de Fabián y
Elena estaba el antro, que temíamos un desastre. Pero el doctor Pitferge nos contuvo:
-Dejad a Fabián -dijo-; dejadle hacer.
Oíanse los sollozos que brotaban del pecho de la joven. De sus labios brotaron palabras
inarticuladas. Parecía que trataba de hablar y no podía. Por fin, oímos estas palabras:
-¡Dios mío! ¡Dios todopoderoso! ¿Dónde estoy?
Entonces tuvo conciencia de que había alguien junto a ella, y volviéndose a medias,
apareció a nosotros transformada; una expresión nueva vivía en sus ojos. Fabián, tem-
bloroso, permanecía delante de ella, mudo, con los brazos abiertos.
-¡Fabián! ¡Fabián! --exclamó por fin Elena.
Fabián la recibió en sus brazos, en los cuales cayó inanimada. El joven lanzó un grito
desgarrador, pues creía muerta a su prometida. Pero el doctor intervino.
-Tranquilizaos -dijo a Fabián-; esta crisis la salvará.
Elena fue transportada a Clifton-House, y depositada en su lecho, donde, pasado el
desmayo, quedó sumida en plácido sueño.
Fabián, animado por el doctor y lleno de esperanza (¡Elena le había reconocido!) se