Página 2 de 7
Montañas egipcias
A excepción del salto del Niágara, estas montañas eran las más espantosas. Estaban dispuestas como las demás; Pero ni tenÃan pabellón alguno en el punto de la salida, y éste se hallaba a cuarenta o cincuenta pasos de altura sobre un pequeño terraplén : una tabla sola, suficientemente ancha para dos carros, se avanzaba sobre el terraplén: colocábanse dos personas en los carros, y la tabla, sujeta en sus extremidades por una corrredera, subÃa lentamente por medio de un mecanismo que hacÃan mover unos caballos, y el que iba en el carro veÃa huÃrsele el suelo rápidamente, que parecÃa girar en torno de él, colmando los riesgos el estar los carros desprovistos de una barra dé hierro o de cualquiera delantera. Se veÃa uno pues suspendido a una altura prodigiosa, y llegando a ella la tabla, se torcÃa por sà misma, y los carros se lanzaban con increÃble rapidez. Al dejar esta diversión quedaba uno temblando, porque aunque se podÃa subir sin susto, era casi imposible no estremecerse al bajar, como si uno cayese en un abismo.