Montañas egipcias

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Montañas egipcias

A excepción del salto del Niágara, estas montañas eran las más espantosas. Estaban dispuestas como las demás; Pero ni tenían pabellón alguno en el punto de la salida, y éste se hallaba a cuarenta o cincuenta pasos de altura sobre un pequeño terraplén : una tabla sola, suficientemente ancha para dos carros, se avanzaba sobre el terraplén: colocábanse dos personas en los carros, y la tabla, sujeta en sus extremidades por una corrredera, subía lentamente por medio de un mecanismo que hacían mover unos caballos, y el que iba en el carro veía huírsele el suelo rápidamente, que parecía girar en torno de él, colmando los riesgos el estar los carros desprovistos de una barra dé hierro o de cualquiera delantera. Se veía uno pues suspendido a una altura prodigiosa, y llegando a ella la tabla, se torcía por sí misma, y los carros se lanzaban con increíble rapidez. Al dejar esta diversión quedaba uno temblando, porque aunque se podía subir sin susto, era casi imposible no estremecerse al bajar, como si uno cayese en un abismo.

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