Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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triunfa la hermosa Marcela; y todos los que la conocemos estamos esperando
en qué ha de parar su altivez y quién ha de ser el dichoso que ha de venir
a domeñar condición tan terrible y gozar de hermosura tan estremada.» Por
ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que
también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la
muerte de Grisóstomo. Y así, os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros
mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos
amigos, y no está de este lugar a aquél donde manda enterrarse media legua.
-En cuidado me lo tengo -dijo don Quijote-, y agradézcoos el gusto que me
habéis dado con la narración de tan sabroso cuento.
-¡Oh! -replicó el cabrero-, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a
los amantes de Marcela, mas podría ser que mañana topásemos en el camino
algún pastor que nos los dijese. Y, por ahora, bien será que os vais a
dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida,
puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de
contrario acidente.
Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó,
por su parte, que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hízolo
así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de su señora
Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó
entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido,
sino como hombre molido a coces.


Capítulo XIII. Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros
sucesos

Mas, apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del oriente,
cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a despertar a
don Quijote, y a decille si estaba todavía con propósito de ir a ver el
famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote,
que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y
enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la
mesma se pusieron luego todos en camino. Y no hubieron andado un cuarto de
legua, cuando, al cruzar de una senda, vieron venir hacia ellos hasta seis
pastores, vestidos con pellicos negros y coronadas las cabezas con
guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de
acebo en la mano. Venían con ellos, asimesmo, dos gentiles hombres de a
caballo, muy bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que

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