Página 49 de 101
A mí me consideraba como un ser insignificante, pero me trataba de un modo soportable, ya que no cortés.
-Bueno, poniendo siete rublos por cabeza -declaró Trudoliubov- y, siendo tres como somos, reuniremos veintiún rublos. Por lo tanto, podremos cenar bastante bien. En cuanto a Zverkov, naturalmente, no tendrá que dar nada.
-¡Claro! ¡Es el invitado! -asintió Simonov.
-¿Cómo podéis creer -intervino Ferfitchkin con acento arrogante e insolente, como un lacayo descarado que se jacta de las consideraciones de su dueño-, cómo podéis creer que Zverkov admita que paguemos sólo nosotros? Aceptará nuestra invitación por delicadeza, pero nos ofrecerá champán, seis botellas seguramente.
-Demasiado champán para cuatro personas -comentó Trudoliubov, que sólo se había fijado en el número de botellas.
-En resumen, que somos tres a pagar, aunque, con Zverkov, seamos cuatro a cenar. Veintiún rublos. Hotel Perís. Mañana a las cinco -recapituló Simonov, al que se había encomendado la organización del banquete.
-¿Por qué veintiún rublos? -exclamé con cierta emoción, incluso sintiéndome un poco ofendido-. Si se me cuenta a mí también, no serán veintiuno sino veintiocho.
Yo creía que al hacer aquella oferta espontánea causaría gran efecto y todos se rendirían a mi generosidad. Esperaba miradas de admiración.
-¿De veras quiere usted ser del grupo? -preguntó Simonov, descontento, sin mirarme, porque sabía perfectamente cómo era yo.
Me exasperó que me conociera tan bien.
-¿Por qué no? -exclamé con voz ronca-. También yo fui compañero suyo. Es más, incluso me molesta que no me hayan informado a tiempo.
-¿Acaso conocíamos su paradero? -exclamó rudamente Trudoliubov-. Además, usted nunca ha estado en buenas relaciones con Zverkov -añadió con semblante sombrío.
Pero yo me había lanzado.
-Eso es un asunto privado en el que nadie tiene derecho a inmiscuirse -dije con voz temblorosa, como si se tratase de algo extraordinariamente importante-. Quizá precisamente porque no estamos en buenas relaciones, quiero...
-¡Cualquiera le entiende a usted con sus ideas elevadas! -exclamó Trudoliubov con una risita de burla.
-Contamos con usted -cortó Simonov volviéndose hacia mí-. Mañana a las cinco, en el Hotel París. No se equivoque.
-¿Y el dinero? -dijo Ferfitchkin a media voz a Simonov señalándome con un movimiento de cabeza. Pero se detuvo en seco, porque incluso Simonov se sintió molesto.
-¡Basta! -dijo Trudoliubov levantándose-. Puede venir, si tanto lo desea.
-Pero es que estaremos entre amigos -protestó Ferfitchkin, irritado-.