Memorias del subsuelo (Fedor Dostoiewski) Libros Clásicos

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Nos estuvimos mirando un buen rato, y ella sostuvo mi mirada sin que cambiara la expresión de la suya, tanto que acabé por sentir cierta inquietud.
-¿Cómo te llamas? -le pregunté bruscamente, para poner término a aquella situación.
-Lisa me respondió casi en un susurro, pero sin ninguna amabilidad y apartando sus ojos de los míos.
Enmudecí.
-¡Qué mal día hace!... Nieve y más nieve... ¡Es triste! -dije después, como hablando conmigo mismo y cruzando con gesto melancólico los brazos debajo de la nuca-.
Fijé la vista en el techo.
Ella no me respondió. Su silencio me mortificaba.
-¿Eres de aquí? -le pregunté con cierta irritación y volviéndome ligeramente hacia ella.
-No.
-De dónde has venido?
-De Riga -repuso con un gesto de repugnancia. -¿Eres alemana? -No, rusa.
-¿Llevas mucho tiempo aquí? -¿Dónde?
-En esta casa.
-Desde hace dos semanas.
Su voz era cada vez más ronca. La vela se había apagado. Ya no me era posible distinguir su rostro. -¿Tienes padres? -Pues... sí.
-¿Dónde están? -En Riga.
-¿Qué hacen?
-Nada de particular.
-Bueno, pero ¿a qué se dedican, de qué viven? -Son pequeños burgueses. -¿Vivías con ellos? -Sí.
-¿Qué edad tienes?
-Veinte años.
-¿Por qué los dejaste? -Cosas de la vida.
Esta contestación significaba: «Déjame tranquila; no tengo humor para nada». Los dos enmudecimos.
Sólo Dios sabe por qué no me iba. Tampoco yo tenía humor para nada. Estaba angustiado. Sin que yo hiciera el menor esfuerzo mental, por impulso propio, las imágenes del día que acababa de transcurrir pasaban y volvían a pasar en desorden ante mi memoria. Recordé de improviso una escena que había presenciado en la calle cuando me dirigía, absorto, al ministerio.
-Esta mañana sacaron un ataúd, y poco faltó para que se les cayera.
Dije esto en voz alta, pero sin darme cuenta. No pretendía en modo alguno reanudar la conversación.
-¿Un ataúd?
-Sí, en la plaza del Heno. Lo sacaron de un sótano. -¿De un sótano?
-Sí, de una habitación del subsuelo... Bueno, ya comprenderás: de una casa de mala nota... ¡Cuánta porquería alrededor! Escombros, basuras... ¡Cómo apestaba aquello! ¡Era horrible!
Silencio.
-En un día como éste es muy desagradable enterrar a los muertos -dije, sólo para no estar callado.
-¿Por qué?

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