Página 86 de 101
.. ?». Pero al llegar a este punto me detuve, profundamente turbado.
«¡Y qué pocas palabras han bastado para esto! -seguí diciéndome-. ¡Además, ha sido un idilio falso, aunque ha tenido poder suficiente para trastornar toda una existencia! ¡Lo que es un terreno virgen!»
A veces me asaltaba la idea de ir en su busca para contárselo «todo» y pedirle que no viniera. Pero inmediatamente me acometía tal furor, que no me cabe duda de que habría aplastado a «aquella maldita Lisa» si la hubiese tenido al alcance de mi mano. La habría insultado, le habría pegado y escupido, la habría echado a la calle.
Pero transcurrió un día, y otro, y otro, y Lisa no venía. Después de las nueve solía animarme, y entonces incluso me entregaba a grandes ensueños. Me decía, por ejemplo: «Salvo a Lisa sólo hablando con ella cuando viene a verme... La instruyo, la formo. Advierto al fin que me ama apasionadamente. Pero finjo no darme cuenta (no sé por qué obro así; probablemente, por amor a los buenos sentimientos). Y llega un momento en que, confusa, temblorosa y deshecha en lágrimas, se arroja a mis pies y me dice que soy su salvador y que me quiere más que a nadie en el mundo. Me quedo atónito. Lisa -le digo-, ¿crees que no lo sabía? Comprendí que me amabas, pero no osaba apoderarme de tu corazón, porque estabas bajo mi influencia y temía que hubieses hecho un esfuerzo para corresponder a mi amor, que la gratitud te hubiera llevado a despertar en ti un sentimiento que quizá no existía. Yo no podía admitir eso, porque habría sido un acto de despotismo, una falta de delicadeza -como ven, me enzarzaba en sutilezas sobre los sentimientos extraordinariamente nobles, verdaderamente ´europeos´, a lo George Sand-. Pero ahora eres mía, eres mi obra, eres pura, eres bella, eres mi esposa...
«... «Y entra en mi casa libre y resueltamente, como dueña.» Seguidamente, vivimos dichosos, nos vamos al extranjero, etcétera.»
Y al fin me avergoncé tanto de mí mismo, que me saqué la lengua ante el espejo.
Luego pensaba: «No la dejarán salir. No les suelen permitir que salgan, sobre todo por las tardes... -No sé por qué creía que Lisa tenía que llegar por la tarde y precisamente a las seis-. Pero ella me dijo que todavía no estaba comprometida del todo y gozaba de derechos especiales.