Misas herejes (Evaristo Carriego) Libros Clásicos

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resurjan reventando sus fragancias
¡todas las rosas del Amor perenne
que perfuman la enorme caravana!
Y en el salmo coral, que sinfoniza
un salvaje ciclón sobre la pauta,
venga el robusto canto que presagie,
con la alegre fiereza de una diana
que recorriese como un verso altivo
el soberbio delirio de la gama,
el futuro cercano de los triunfos,
futuro precursor de las revanchas;
el instante supremo en que se agita
la visión terrenal de las canallas,
los frutos renovados
en la incesante fuerza de las savias,
del germen luminoso que cayera
en el resurgimiento de las almas,
¡como una rubia polución de soles
en el vientre del surco derramada!
¡Un ensueño en camino,
que sufre la obsesión de la montaña,
bajo la plenitud de las auroras

que alumbran los tropiezos de la marcha!
No hay obstrucción posible: es el Principio
la promesa del Fin. Arde en la llama
de la hoguera moral, el negro escombro
de la atávica Torre de ignorancias,
madre de ese temor: lo incognoscible,
cuyos tupidos velos desgarrara,
en la prisión intelectual más honda,
-rechazando el concepto de la Nada-
la verdad de la Ciencia hecha Justicia
al procesar la Esfinge del Nirvana! La gesta de las causas en los siglos,
no ha bordado poemas en sus páginas:
El libro de los mártires no tiene
sino una historia de grandezas trágicas,
de sangre floreciendo en el tormento
sus azucenas que parecen lacras...
¡Clarín de los Suplicios cuyas voces

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