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Por eso, a veces, tiene amarguras, tiene amarguras de derrotada, que se traducen en frases duras y dan en llanto de resignada; pues nunca supo la miserable, de amor alguno, grande o pequeño, que la alentara, no le fue dable sobre la vida soñar un sueño.
La dominaron los sinsabores, que la flagelan como a inocente: ¡en la vendimia de los amores fue desgranado racimo ausente!
Fue la azucena sobre el pantano, flor de desdichas, a libertarla no vino nadie, no hubo una mano que se tendiese para arrancarla.
Sin transiciones, siempre vencida,
ni en el principio de su mal mismo tuvo las glorias de la caída: Su primer cuna ya era el abismo.
Bajo un hastío que no deseara, pasó su noche sin una aurora
sin que en la vida la conturbara ni una impaciencia de pecadora.
Y así, ha guardado con sus pesares, como un reproche, que se refleja en las arrugas, sus azahares de nunca novia, de virgen vieja.
Los años muertos sólo dejaron esa agonía que no la mata... ¡jamás a ella la aprisionaron, como entre flores, rejas de plata!
Forjó ilusiones, y las más leves la sepultaron como en escombros; sobre su testa cayeron nieves. Y honras de harapos sobre sus hombros.
Porque fue buena, dio en la locura de cubrir todas sus cicatrices: puso los besos de su ternura en sus hermanos, los infelices.
Por eso, a veces, tiene su duelo en sus cansados ojos sin brillo, llantos que caen como un consuelo sobre las llagas del conventillo.
Carne que azotan todos los males, burla sangrienta de los muchachos, dádiva y sobra de los portales, mancha de vino de los borrachos: