Misas herejes (Evaristo Carriego) Libros Clásicos

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Y no es para el otro su constante enojo... ¡A ese desgraciado que a golpes maneja, le hace el mismo caso, por bruto y por flojo,

le hace el mismo caso, por bruto y por flojo, que al pucho que olvida detrás de la oreja!
¡Pues tiene unas ganas su altivez airada de concluir con todas las habladurías...!
¡Tan capaz se siente de hacer una hombrada de la que hable el barrio tres o cuatro días...!
...Y con la rudeza de un gesto rimado,
la canción que dice la pena del mozo
termina en un ronco lamento angustiado,
¡como una amenaza que acaba en sollozo!

De la aldea
Regresan de la era. Se oyen cercanas
las fuertes risotadas y las canciones
con que animan la vuelta los mocetones
que siguen, desde lejos, a las aldeanas.
Ya, detrás de las rejas de las ventanas,
estudian las muchachas contestaciones,
para dar a las tímidas declaraciones
que de rústicos labios salen galanas.
Como van a concluirse las romerías,
crecen las estruendosas algarabías...
Y, halagando a una novia provocadora,
pasa diciendo un mozo de porte fiero,
al son de la guitarra conquistadora,
las postreras hazañas de un bandolero.


Residuo de fábrica
Hoy ha tosido mucho. Van dos noches que no puede dormir; noches fatales, en esa oscura pieza donde pasa sus más amargos días, sin quejarse.
El taller la enfermó, y así, vencida en plena juventud, quizás no sabe de una hermosa esperanza que acaricie sus largos sufrimientos de incurable.
Abandonada siempre, son sus horas como su enfermedad: interminables.

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