Misas herejes (Evaristo Carriego) Libros Clásicos

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¡siempre el azote como caricia,
siempre el azote sobre la espalda,
sobre esos lomos que soportaron
sin rebeliones de carne esclava:
¡lomos de pobre bestia sufrida,
de pobre bestia ya reventada!
Y aquella noche, ¡noche tremenda!
en que sintiendo la horrible náusea
del primer vómito, que arrancó el golpe
del bruto infame, loca de rabia,
embravecida, con todo su asco
le escupió al rostro su sangre insana...
Y otra vez, y otra; feroz recuerdo
del miserable, lleva la marca
lleva el estigma que dejó el tajo
con que, al marcharse, le abrió la cara.
Después, enferma... Los sufrimientos,
las mentirosas voces de lástima
o los insultos jamás velados: ¡La vida puerca, la vida mala! Perdió en el lecho sus atractivos, y, así, destruida la antigua gracia, ya no hubo triunfos, pues los deseos

para saciarse la hallaron flaca... Por eso a solas, hoy, en el cuarto
donde se muere, donde le arranca
hondos gemidos la tos violenta, la tos maldita que la desangra,
bajo la fiebre que la consume tiene rencores de sublevada, ¡tiene unas cosas!... ¡Oh, si pudiera con los pulmones echar el alma!
Por eso grita su queja inútil
de inconsolable, la queja aciaga, inofensiva, porque en su boca son estertores de amordazada las frases duras que va arrojando como un detritus de la garganta llena de angustias, al mismo tiempo que los pedazos de sus entrañas!

La guitarra Porque en las partituras de su garganta ella orquesta la risa con el lamento, porque encierra una musa que todo canta, es la polifonista del sentimiento.

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