Coloquio de los perros (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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«Este mercader, pues, tenía dos hijos, el uno de doce y el otro de hasta catorce años, los cuales estudiaban gramática en el estudio de la Compañía de Jesús; iban con autoridad, con ayo y con pajes, que les llevaban los libros y aquel que llaman vademécum. El verlos ir con tanto aparato, en sillas si hacía sol, en coche si llovía, me hizo considerar y reparar en la mucha llaneza con que su padre iba a la Lonja a negociar sus negocios, porque no llevaba otro criado que un negro, y algunas veces se desmandaba a ir en un machuelo aun no bien aderezado.»
CIPIÓN.-Has de saber, Berganza, que es costumbre y condición de los mercaderes de Sevilla, y aun de las otras ciudades, mostrar su autoridad y riqueza, no en sus personas, sino en las de sus hijos; porque los mercaderes son mayores en su sombra que en sí mismos. Y, como ellos por maravilla atienden a otra cosa que a sus tratos y contratos, trátanse modestamente; y, como la ambición y la riqueza muere por manifestarse, revienta por sus hijos, y así los tratan y autorizan como si fuesen hijos de algún príncipe; y algunos hay que les procuran títulos, y ponerles en el pecho la marca que tanto distingue la gente principal de la plebeya.
BERGANZA.-Ambición es, pero ambición generosa, la de aquel que pretende mejorar su estado sin perjuicio de tercero.
CIPIÓN.-Pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de tercero.
BERGANZA.-Ya hemos dicho que no hemos de murmurar.
CIPIÓN.-Sí, que yo no murmuro de nadie.
BERGANZA.-Ahora acabo de confirmar por verdad lo que muchas veces he oído decir.

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