Peter Pan (J.M. Barrie) Libros Clásicos

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Entonces al menos uno de ellos se derrumbaba por completo; Nana por pensar: «Es cierto, es cierto, no deberían haber tenido un perro de niñera.» Muchas veces era el señor Darling quien enjugaba los ojos de Nana con un pañuelo.
-¡Ese canalla! -exclamaba el señor Darling y Nana lo apoyaba con un ladrido, pero la señora Darling nunca vituperaba a Peter: había algo en la comisura derecha de su boca que no quería que insultara a Peter.
Se quedaban sentados en el vacío cuarto de los niños, recordando con fervor hasta el más mínimo detalle de aquella espantosa noche. Se había iniciado de una forma normal, exactamente igual que tantas otras noches, cuando Nana preparó el agua para el baño de Michael y lo llevó hasta él subido en el lomo.
-No quiero irme a la cama -chilló él, como quien piensa que tiene la última palabra sobre el asunto-. No quiero, no quiero. Nana, todavía no son las seis. Por favor, por favor, ya no te querré más, Nana. ¡Te digo que no me quiero bañar, no y no!
Entonces entró la señora Darling, vestida con su traje de noche blanco. Se había arreglado temprano porque a Wendy le encantaba verla en traje de noche, con el collar que George le había regalado. Llevaba la pulsera de Wendy en el brazo: le había pedido que se la prestara. A Wendy le encantaba prestarle la pulsera a su madre.
Encontró a sus dos hijos mayores jugando a que eran ella misma y su padre en el día del nacimiento de Wendy y John estaba diciendo:
-Señora Darling, me complace comunicarle que es usted madre -y lo dijo exactamente en el mismo tono en que el señor Darling lo podría haber dicho en la auténtica ocasión.

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