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La verdad es que le parecía que ya habían hablado suficiente sobre las hadas y se dio cuenta de que Campanilla estaba muy silenciosa.
-No sé dónde se puede haber metido -dijo, levantándose y se puso a llamar a Campanilla. El corazón de Wendy se aceleró de la emoción.
-Peter -exclamó, aferrándolo-, ¡no me digas que hay un hada en esta habitación!
-Estaba aquí hace un momento -dijo él algo impaciente-. Tú no la oyes, ¿no?
Los dos aguzaron el oído.
-Lo único que oigo -dijo Wendy-, es como un tintineo de campanas.
-Pues ésa es Campanilla, ése es el lenguaje de las hadas. Me parece que yo también la oigo.
El sonido procedía de la cómoda y Peter puso cara de diversión. Nadie tenía un aire tan divertido como Peter y su risa era el más encantador de los gorjeos. Conservaba aún su primera risa.
-Wendy-susurró-, ¡creo que la he dejado encerrada en el cajón!
Dejó salir del cajón a la pobre Campanilla y ésta revoloteó por el cuarto chillando furiosa.
-No deberías decir esas cosas -contestó Peter-. Claro que lo siento mucho, ¿pero cómo iba a saber que estabas en el cajón?
Wendy no lo estaba escuchando.
-¡Oh, Peter! -exclamó-. ¡Ojalá se quedara quieta y me dejara verla!
-Casi nunca se quedan quietas -dijo él, pero durante un instante Wendy vio la romántica figurita posada en el reloj de cuco.
-¡Oh, qué bonita! -exclamó, aunque la cara de Campanilla estaba distorsionada por la rabia.
-Campanilla -dijo Peter amablemente-, esta dama dice que desearía que fueras su hada.
Campanilla contestó con insolencia.
-¿Qué dice, Peter?
No le quedó más remedio que traducir.
-No es muy cortés. Dice que eres una niña grande y fea y que ella es mi hada.