Peter Pan (J.M. Barrie) Libros Clásicos

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Ninguno de nosotros tiene bolsillos.
¿Cómo podía resistirse?
-¡Ya lo creo que sería absolutamente fascinante! -exclamó-. Peter, ¿enseñarías a volar a John y a Michael también?
-Si quieres -dijo él con indiferencia y ella corrió hasta John y Michael y los sacudió.
-Despertad -gritó-, ha venido Peter Pan y nos va a enseñar a volar.
John se frotó los ojos.
-Entonces me levantaré -dijo. Claro que estaba en el suelo-. Caramba -indicó-. ¡Si ya estoy levantado!
Michael también se había levantado ya, completamente despabilado, pero de pronto Peter hizo señas de que guardaran silencio. Sus caras adquirieron la tremenda astucia de los niños cuando escuchan por si oyen ruidos del mundo de los mayores. No se oía una mosca. Así pues, todo iba bien. ¡No, quietos! Todo iba mal. Nana, que había estado ladrando con inquietud toda la noche, estaba ahora callada. Era su silencio lo que habían oído. «¡Apagad la luz! ¡Escondeos! ¡Deprisa!», exclamó John, tomando el mando por única vez en el curso de toda la aventura. Y así, cuando entró Liza, sujetando a Nana, el cuarto de los niños parecía el mismo de siempre, muy oscuro y se podría haber jurado que se oía a sus tres traviesos ocupantes respirando angelicalmente mientras dormían. En realidad lo estaban haciendo engañosamente desde detrás de las cortinas.
Liza estaba de mal humor, porque estaba haciendo la masa del pudding de Navidad en la cocina y se había visto obligada a abandonarlo, con una pasa todavía en la mejilla, por culpa de las absurdas sospechas de Nana. Pensó que la mejor forma de conseguir un poco de paz era llevar a Nana un momento al cuarto de los niños, pero bajo custodia, por supuesto.

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