Peter Pan (J.M. Barrie) Libros Clásicos

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En vez de molestarse en contestarle Peter voló por la habitación posándose al pasar en la repisa de la chimenea.
-¡Estupendo! -dijeron John y Michael.
-¡Encantador! -exclamó Wendy.
-¡Sí, soy encantador, pero qué encantador soy! -dijo Peter, olvidando los modales de nuevo.
Parecía maravillosamente fácil y lo intentaron primero desde el suelo y luego desde las camas, pero siempre iban hacia abajo en vez de hacia arriba.
-Oye, ¿cómo lo haces? -preguntó John, frotándose la rodilla. Era un chico muy práctico.
-Te imaginas cosas estupendas -explicó Peter-, y ellas te levantan por los aires.
Se lo volvió a demostrar.
-Lo haces muy rápido -dijo John-, ¿no podrías hacerlo una vez muy despacio?
Peter lo hizo despacio y deprisa.
-¡Ya lo tengo, Wendy! -exclamó John, pero pronto descubrió que no era así. Ninguno de ellos conseguía elevarse ni una pulgada, aunque incluso Michael dominaba ya las palabras de dos sílabas, mientras que Peter no sabía ni hacer la O con un canuto.
Claro que Peter les había estado tomando el pelo, pues nadie puede volar a menos que haya recibido el polvillo de las hadas. Por suerte, como ya hemos dicho, tenía una mano llena de él y se lo hechó soplando a cada uno de ellos, con un resultado magnífico.
-Ahora agitad los hombros así -dijo-, y lanzaos.
Estaban todos subidos a las camas y el valiente Michael se lanzó el primero.
No tenía realmente intención de lanzarse, pero lo hizo e inmediatamente cruzó flotando la habitación.
-¡He volado! -chilló cuando aún estaba en el aire.
John se lanzó y se topó con Wendy cerca del cuarto de baño.
-¡Maravilloso!
-¡Estupendo!
-¡Miradme!
-¡Miradme!
-¡Miradme!
No tenían ni la mitad de elegancia que Peter, no podían evitar agitar las piernas un poco, pero sus cabezas tocaban el techo y no existe casi nada tan maravilloso como eso.

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