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-¿No la habéis visto? -preguntó Peter, preocupado-. Volaba hacia aquí.
-Ay de mí -dijo una voz y otra dijo:
-Ay, qué tristeza.
Lelo se puso de pie.
-Peter -dijo con calma-, yo te la enseñaré.
Y como otros seguían queriendo ocultarla dijo:
-Apartaos, gemelos, dejad que Peter lo vea.
De forma que todos se apartaron y le dejaron ver y después de mirar un rato no supo qué hacer a continuación.
-Está muerta -dijo inquieto-. Quizás esté asustada de estar muerta.
Se le ocurrió alejarse saltando cómicamente hasta perderla de vista y luego no acercarse al lugar nunca más. Todos se habrían alegrado de seguirlo si lo hubiera hecho.
Pero estaba la flecha. La sacó del corazón y se encaró con su banda.
-¿De quién es esta flecha? -preguntó severamente.
-Es mía, Peter -dijo Lelo de rodillas.
-Oh, mano asesina -dijo Peter y levantó la flecha para usarla como daga.
Lelo no retrocedió. Se descubrió el pecho.
-Clávala, Peter -dijo con firmeza-, clávala bien.
Dos veces levantó Peter la flecha y dos veces cayó su mano.
-No puedo clavarla -dijo admirado-, algo detiene mi mano. Todos lo miraron estupefactos, menos Avispado, que por suerte miró a Wendy.
-Es ella -gritó-, la señora Wendy; mirad, su brazo. Maravilla de maravillas, Wendy había alzado el brazo. Avispado se inclinó sobre ella y escuchó reverentemente.
-Creo que ha dicho «pobre Lelo» -susurró.
-Está viva -dijo Peter lacónicamente. Presuntuoso gritó al instante:
-La señora Wendy está viva.
Entonces Peter se arrodilló junto a ella y descubrió su caperuza. Recordaréis que ella se la había colgado de una cadena que llevaba al cuello.
-Mirad -dijo-, la flecha chocó con esto.